Los
métodos de la física -predicciones minuciosas seguidas de comparaciones con
experimentos reproducibles- son inaplicables en otras ciencias. Stephen Jay
Gould expuso el problema en su libro Wonderful Life: en muchas ciencias sólo se
pueden contar relatos porque los sucesos son contingentes, es decir, únicos e
impredecibles. Los métodos de las ciencias históricas –cosmología, geología o
evolución biológica- se encuadran en la narrativa; no hay experimentos porque no
hay sucesos reproducibles, cualquier historia no es más que “una maldita cosa
después de otra”. Puede explicarse lo que pasó, pero no predecir lo que sucederá.
Tradicionalmente,
las ciencias se agrupan en dos categorías: las ciencias duras, en las que los sucesos
pueden predecirse aplicando un formalismo matemático (las leyes naturales), y
las ciencias blandas, en las que sólo es posible dar una explicación narrada de
los acontecimientos. A la primera categoría pertenecen la física, la química y
la biología molecular; la evolución biológica y la economía pertenecen a la
segunda. Gould atribuye la variabilidad de los fenómenos históricos, y por
tanto su complejidad, a la contingencia; los acontecimientos históricos
dependen de casualidades, en consecuencia, si la historia se repitiese las
pequeñas divergencias proporcionarían un resultado diferente: es imposible predecir
a largo plazo. No sabemos si la supervivencia de una especie se debe al azar y tampoco
tenemos pruebas de que los ganadores de la evolución gozaran de superioridad alguna.
Los seres vivos contemporáneos son sólo un posible resultado entre otras
posibilidades; si la evolución comenzase de nuevo probablemente tendría otro desenlace.
En resumen, la teoría evolutiva es incapaz de predecir nuestra existencia.
Según
Gould: “Si usted quiere formular la pregunta de todos los tiempos (¿por qué
existen los humanos?), una parte principal de la respuesta… debe ser: Porque
Pikaia [antecesor de los vertebrados hace quinientos millones de años] sobrevivió…
Esta respuesta no menciona ni una sola ley de la naturaleza; no incorpora
afirmación alguna sobre rutas evolutivas previsibles, ningún cálculo de
probabilidades basado en reglas generales de anatomía o de ecología. La
supervivencia de Pikaia fue una contingencia de la historia. No creo que se
pueda dar una respuesta superior, y no puedo imaginar que ninguna resolución
pueda ser más fascinante. Somos la progenie de la historia, y debemos
establecer nuestros propios caminos en el más diverso e interesante de los
universos concebibles: un universo indiferente a nuestro sufrimiento y que, por
lo tanto, nos ofrece la máxima libertad para prosperar, o para fracasar, de la
manera que nosotros mismos elijamos”.
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