Las selvas ecuatoriales, mal llamadas tropicales, son
lugares muy cálidos y húmedos, en los que caen lluvias abundantes. Se trata de bosques
complejos que presentan varios pisos de exuberante vegetación; los árboles, enormes,
de hasta sesenta metros de altura y hoja perenne, tienen los troncos rectos; las
lianas y las plantas que crecen sobre otras alcanzan gran desarrollo; la
densidad del follaje, que impide que penetre la luz, y la rapidez con la que se
descompone la hojarasca dejan el suelo relativamente abierto: la impenetrable
maleza que la imaginación popular atribuye a la selva no se corresponde con la
realidad.
Aunque ocupan
menos del siete por ciento de la superficie terrestre, las selvas contienen más
del cincuenta por ciento de las especies animales y vegetales del planeta (algunos
biólogos elevan el porcentaje al noventa). Estos magníficos vergeles,
auténticos pulmones verdes de la Tierra, se hayan amenazados por la acción humana:
por las talas realizadas por la industria maderera y por las quemas efectuadas para
hacer cultivos. Sin embargo, el suelo de la selva es muy pobre, no apto para la
agricultura, porque en tres o cuatro cosechas pierde sus nutrientes; y, por si
fuera poco, una vez destruido, su recuperación resulta imposible, porque se vuelve
duro y adquiere costra. No sólo los agricultores, madereros y gobernantes de
lugares lejanos son culpables de la deforestación, nosotros no somos inocentes:
España es el décimo importador mundial de madera tropical. El lector menesteroso
conocerá, y tal vez haya usado, muebles de iroko, sapelli, palisandro, elondo o
ébano africanos, o quizá de caoba americana o acaso de teca indonesia o birmana;
debe saber que la pérdida de biodiversidad se correlaciona con la tala de árboles
cuya madera usa.
Hace diez mil
años, los bosques ocupaban la mitad de la superficie terrestre, hoy sólo la
tercera parte, cuatro mil millones de hectáreas. La deforestación, un proceso que
afectó en el pasado a la zona templada del planeta, aqueja, en el presente, a la
zona intertropical y, además, a un ritmo mucho mayor. Las cuencas del Amazonas
y del Congo y algunas regiones intertropicales de Asia pierden masa forestal a una
velocidad alarmante: cada año, entre el 2000 y el 2005, en África, desaparecieron
cuatro millones de hectáreas de bosques, y en Suramérica y Centroamérica,
cuatro millones y medio; no puede extrañarnos que Brasil, Congo e Indonesia encabecen,
en el año 2000, la ignominiosa lista de los países que presentan mayor
deforestación. ¡Reflexione el despreocupado lector!
2 comentarios:
Hola Epi;
¿Qué deberían hacer los países ricos? ¿Eliminar sus fábricas, sus autopistas, sus carreteras, sus campos de golf, sus pueblos fantasma con segundas residencias y sus minas, para plantar en esos lugares árboles y crear bosques? Así podrían dejar que también posean eso los países pobres, y los países ricos asumir la parte que les corresponde del "verdor" del planeta?
Y, si no están dispuestos a ello, ¿deberían pagarles a los habitantes de países con "selva" unas cantidades de dinero para que puedan vivir como en el primer mundo pero sin tocar sus recursos y sin industrializarse?
Saludos.
Estimado amigo
¿Qué deberían hacer los países ricos?, me preguntas. Lo mismo que los pobres: resolver los problemas que acucian a la humanidad.
¿Cómo? Trasciende lo que puedo contestar como científico. El físico, astrónomo, climatólogo, geólogo, químico o biólogo pueden alertar sobre las posibles catástrofes que amenazan a la humanidad (la deforestación es una de ellas); las decisiones para evitarlas corresponden a los dirigentes políticos y en ese campo (el ámbito de los valores), amigo mío, cada uno es muy dueño de adoptar la filosofía que considere oportuna, unos preferirán a Nietzsche y Marx, otros a Kant y Voltaire.
Me permito hacer una reflexión. Imagina que eres un pasajero del Titánic y que los expertos te dicen que hay un iceberg en el camino con el que puedes chocar y hundirte. ¿Tiene sentido discutir si el trabajo lo deben hacer los viajeros ricos o los pobres? O se trata de que, entre todos, resolvamos el problema (cambiemos de rumbo); porque si el barco naufraga todos nos hundimos, con independencia de nuestra riqueza.
Saludos de
Epi
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