Seguro
que al lector emotivo le gustan las caricias. Al escritor también: por eso
aprecia sobremanera la enorme sensibilidad de la piel: medio millón de sensores
del tacto nos lo demuestran. La piel contiene además cuatro millones de detectores
del dolor, ciento cincuenta mil receptores del frío y dieciséis mil del calor; la
enumeración nos indica que somos más sensibles al frío que al calor, y que podemos
recibir múltiples avisos de daño (que esa es la función del dolor, aunque nos
cueste creerlo).
La
función primordial de la piel consiste en proporcionar una barrera impermeable para
que los tejidos corporales, que requieren un ambiente húmedo para mantenerse
vivos, sean protegidos de la evaporación del agua. La experiencia diaria nos demuestra
su eficacia: podemos bañarnos y puede llovernos encima sin que se agregue agua
al cuerpo. Sin embargo, la impermeabilidad no es perfecta: algunas sustancias pueden
atravesarla: hacia dentro -las pomadas- o hacia afuera, medio litro de agua diario,
aproximadamente, se difunde al exterior y se pierde. Además, créalo o no el
lector escéptico, por la piel se respira: capta ciento cincuenta mililitros de oxígeno
cada hora (apenas la mitad del uno por ciento del total); y no es desdeñable
que muchos gases puedan franquearla, proceso que no reviste importancia, excepto
cuando los productos son tóxicos. Aunque la piel es aislante, desempeña un
papel fundamental en el mantenimiento del equilibrio térmico, porque puede transpirar;
las glándulas sudoríparas se encargan de esta importante función, pues evaporan
agua (el sudor) y con ella se pierde calor.
La
piel, el mayor órgano del cuerpo, es una envoltura de tres kilos de peso y un
milímetro y medio de espesor medio; está formada por dos capas: la epidermis,
la capa externa, delgada como el papel de fumar, excepto en manos y pies, y la
dermis, la capa interna con la que puede hacerse el cuero. Nos protege contra
los pequeños accidentes cotidianos, pues su elasticidad permite que la presión de
un golpe se distribuya por una zona amplia, actúa como barrera mecánica que evita
infecciones, y funciona como una cubierta resistente a la mayoría de las agresiones químicas
que le infligimos: bien con contaminantes atmosférico, bien con productos higiénicos -jabones y detergentes- o con
artículos de belleza –polvos y cosméticos-.
Por
último, y para alabar a este bello órgano, reproduzco la evocación de un poeta:
Ni nardos ni caracolas
tienen un cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
1 comentario:
Estimado amigo
Federico García Lorca es el autor.
Saludos
Epi
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