sábado, 2 de julio de 2011

Un modelo de cerebro humano

     En el libro Los dragones del Edén, Carl Sagan describe un ingenioso modelo de cerebro humano: el cerebro equivale a un bloque de tres ordenadores interconectados. La parte más primitiva, que comprende la médula espinal, el cerebro posterior y el medio, alberga los mecanismos básicos de reproducción y autoconservación; en un pez o un anfibio poco más hay. Envolviendo al cerebro medio se halla la parte más antigua del cerebro anterior, que forma el complejo R - así lo llama porque aparece en los reptiles por primera vez-. Rodeándolo, se halla el sistema límbico, muy desarrollado en los mamíferos. La corteza, la incorporación más moderna, remata la estructura; los primates, las ballenas y delfines la poseen proporcionalmente grande, pero en los humanos su desarrollo fue vertiginoso. Una ingeniosa alegoría que aparece en un diálogo de Platón, nos ayuda a comprender este modelo del cerebro: en Fedro, el filósofo compara al alma humana con un carro tirado por un caballo blanco y uno negro, que empujan en distintas direcciones, y que el auriga debe dominar; los dos caballos representan al complejo R y al sistema límbico, mientras que la corteza ejerce de auriga.

     El complejo R desempeña un cometido importante en la conducta humana ritual, en la territorialidad y en las jerarquías; probablemente no fue él quien concibió la declaración de los derechos humanos. El sistema límbico se encarga de las emociones: el miedo y la ira, la tristeza y el altruismo. En la corteza reside la percepción, la regulación de los movimientos y, en los humanos, el lenguaje simbólico. A pesar de que este modelo de cerebro humano localiza las funciones, no hay que simplificar exageradamente, pues la separación no es estricta: el comportamiento ritual, el emotivo y el racional se influyen. Aún así, tal vez los humanos nos comprendamos mejor, si consideramos que los comportamientos jerárquicos los compartimos con nuestros antepasados reptiles, y si entendemos que las conductas emocionales las compartimos con otros mamíferos.

     Si bien la conducta ritual y las emociones forman parte de la naturaleza humana, la capacidad de razonar y formular abstracciones, la curiosidad y el afán de resolver problemas son nuestro rasgo más específico. Actividades genuinamente humanas como las matemáticas, la ciencia, la técnica, la música o las artes son las que mejor nos identifican; y la esperanza de la humanidad se fundamenta en que la corteza, el órgano que las ejecuta, ocupa el ochenta y cinco por ciento del volumen cerebral. Podemos ser prudentemente optimistas.

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