El escritor, tendido en un prado de montaña o tirado sobre las arenas de una playa, ha admirado el bello azul del cielo. ¿Alguna vez el lector curioso se ha preguntado por qué ese color? Nuestros ojos reciben la luz solar por una vía indirecta: las moléculas de la atmósfera captan la luz y a continuación la difunden; como la intensidad de la luz difundida es inversamente proporcional al tamaño de su longitud de onda, los colores azules, añil y violeta (de longitud de onda corta) se difundirán mucho y los colores rojo, naranja, amarillo y verde (tienen longitud de onda larga) poco. En resumen: el cielo nos parece azul porque las moléculas de la atmósfera difunden preferentemente el color azul.
¿Y los hermosísimos colores del alba o del ocaso? En ausencia de atmósfera, la luz del Sol sería blanca; pero como la luz se difunde al atravesar la atmósfera, en los amaneceres y crepúsculos, como el espesor de la atmósfera que atraviesa la luz solar es doce veces mayor que al mediodía, se difundirán mucho (y se perderán) los azules, añiles y violetas, y permanecerán los naranjas y rojos.
No tan espectaculares, pero igualmente interesantes resultan los colores de las nubes; presentan una completa escala de grises entre el blanco y el negro; no hay otros colores porque las gotitas de agua que las constituyen difunden sin diferencia todos los colores de la luz del Sol. Igual que el cristal de una ventana deja pasar menos luz cuanto más grueso es; cuanto mayor sea una nube y más cargada de agua esté, más gotas contendrá; como cada una absorbe un poquito de luz, la atravesará menos luz y más oscura parecerá. Nada tiene de extraño, entonces, que las nubes oscuras -pueden absorber hasta un noventa y cinco por ciento de la luz- anuncien lluvia, y la nubes blancas no traigan tan indeseado, -para los veraneantes-, meteoro.
Quizá sorprenda al curioso lector saber que, para algunos pueblos, identificar los colores de las nubes sea fundamental para su supervivencia; porque las nubes también pueden adquirir otras tonalidades, cuando la luz que difunden no proviene directamente del Sol, sino del reflejo del mar o de la tierra. Los esquimales se fijan en la ligera coloración verdosa de las nubes -resultado del reflejo del océano- para identificar el agua libre donde navegar; hacían lo mismo los antiguos navegantes polinesios para orientarse en alta mar, observaban la tonalidad de las nubes, para encontrar tierra firme.
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