En un
principio había una gigantesca y fría nube interestelar. Durante cien millones
de años la silenciosa gravedad actuó sobre los granos de polvo y sobre las
moléculas y átomos del gas. Lenta y persistentemente la nebulosa se contrajo,
los choques entre los componentes elevaron la temperatura: hubo que esperar un
millón de años, para que la intensa radiación y los vientos estelares
huracanados expelidos por el centro barrieran la nube. Afortunadamente, no
todos los residuos fueron expulsados, algunos se habían fundido en enormes
cuerpos que, millones de años después, se convirtieron en planetas. También
había objetos de hielo y roca –los llamamos cometas-, que pululaban por la periferia
y eran atraídos hacia el centro. Las colisiones continuaron: generaron cuerpos
cada vez mayores y más residuos, que fueron de nuevo barridos por el viento
estelar.
La
estrella recién nacida comenzó a brillar: una vez que el viento solar hubo
despejado las nubes de gas, numerosas partículas sólidas giraban caóticamente
en torno a la estrella. Las colisiones eran frecuentes, y también que los objetos
quedasen pegados, soldados por el calor del choque: así crecía su tamaño. El
calor generado por los impactos fundía los embriones planetarios, y obligaba a
los metales densos a ir al centro, forzaba a las rocas más ligeras a subir a la
superficie, e impulsaba a las rocas menos ligeras a quedarse en una zona
intermedia. El proceso continuó hasta que, en apenas unas pocas decenas de
millones de años, se formaron unos pocos cuerpos de miles de kilómetros de
tamaño. ¿Por qué cuatro pequeños planetas rocosos y no más? ¿Quizá porque en el
interior del sistema solar sólo hubo espacio para Mercurio, Venus, la Tierra y
Marte? Los cazadores de planetas extrasolares han hallado gigantes, como
Júpiter, que están más cerca de su estrella que Mercurio. ¿Es ese su lugar
final o inicial? ¿Los planetas permanecen siempre en su órbita o se trasladan
de una a otra? Carecemos de respuestas.
Tal vez
un desconfiado lector se pregunte cómo podemos conocer los sucesos que
ocurrieron en épocas tan lejanas; después de todo, alegará, la frenética
actividad geológica interna de nuestro planeta ha borrado sus huellas. Tiene
razón el sabio lector, pero nuestra ignorancia comenzó a terminarse cuando
fuimos a la Luna, un astro geológicamente inerte que conserva los vestigios de
los sucesos primigenios: la Luna, afortunadamente para nosotros, es un museo
del Sistema Solar.
2 comentarios:
Estimado amigo
Por razones obvias habrás colegido que resulta más fácil detectar los planetas gigantes, similares a Júpiter, que los planetas semejantes a la Tierra; en cualquier caso, en 2014 pasan de mil los planetas extrasolares (que giran alrededor de una estrella diferente del Sol) hallados y confirmados.
Estimada amiga
En el año 2014, por primera vez, un robot aterrizó en la superficie de un cometa después de viajar medio billón de metros desde la Tierra. Se trata de una hazaña científica y tecnológica.
Se pretende tomar datos de cómo fueron los primeros momentos del sistema solar (hace cuatro mil quinientos millones de años).
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