Las
supernovas de nuestra propia galaxia son un espectáculo celeste extraordinario:
incluso pueden verse con luz diurna sin telescopios. Durante algunos días de
brillo desmesurado, la supernova radia la misma energía que en toda su vida. No
puede ser de otra manera pues explota una estrella ¡nada menos! Dos sucesos
diferentes pueden originar este fenómeno. Si se trata de la explosión que marca
el fin de una estrella gigante los astrónomos la denominan tipo II. Existe otro
caso -el tipo I- que involucra a dos estrellas que se orbitan y una de ellas es
una enana blanca. Cuando ambas están lo suficientemente cerca, la enana roba
materia a su compañera, hasta que su masa supera la cantidad de uno y cuatro
décimas de veces la masa del Sol. Ocurre entonces un gran estallido: la
estrella –hambrienta- muere de indigestión.
Aunque inusuales, apenas cinco supernovas
cada milenio en una galaxia, tres de las que sucedieron en la Vía Láctea
desempeñaron un relevante papel en la historia humana. En el año 1054 los
astrónomos chinos y árabes vieron la supernova más estudiada hasta la fecha;
aproximadamente durante dos años y en la región del cielo donde ahora está la
Nebulosa del Cangrejo, observaron una nueva estrella a la luz del día, más
brillante que cualquier objeto celeste con excepción de la Luna. Sabemos que
pudo verse en Europa, y también que ningún erudito osó dar fe de su
observación. ¿Por qué? Aristóteles había ideado la teoría física que sostiene
que la región de las estrellas permanecía inmutable: los cambios sucedían en
las proximidades de la Tierra. Desgraciadamente los teólogos cristianos
convirtieron su teoría en doctrina; y todo aquel que no la aceptara se
arriesgaba a ser acusado de hereje. Ya tenemos la explicación de la ceguera de
los europeos: no hay peor ciego que quien no quiere ver. Podemos imaginar el
estupor que recorrió el mundo ilustrado cuando Tycho Brahe observó, en 1572 y
durante año y medio, una estrella más brillante que Venus, en la constelación
de Casiopea, donde antes ninguna había. En 1604 se repitió el fenómeno: en la
constelación del Serpentario Johannes Kepler observó, durante un tiempo, una
estrella nueva más brillante que cualquier otra. La conclusión de ambos acontecimientos
eran inobjetable: invalidaba la teoría cosmológica aristotélica.
Informo al curioso lector que, desde la
invención de los telescopios modernos, los astrónomos esperan detectar la
primera supernova de nuestra galaxia con sus instrumentos. ¿Cuándo ocurrirá el
acontecimiento?
1 comentario:
Estimado amigo
Por supuesto que las estrellas observadas por Kepler y Brahe eran supernovas; por cierto, la del 1572 fue observada y estudiada también por el español Jerónimo Muñoz.
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