Los
humanos ya hemos explorado a conciencia la superficie de la Tierra, después, el
océano de aire en el que vivimos, incluso hemos paseado por la Luna y enviado
vehículos espaciales a todos los planetas del sistema solar, pero apenas
conocemos el otro océano que contiene nuestro maltratado planeta, el de agua.
Viajamos muy poco por el interior de los océanos: frente a los casi cuatro
kilómetros de profundidad media, sólo unos cientos de metros bajo la superficie
son visitados habitualmente por los submarinos, y unas pocas decenas de metros
por los buceadores. Pecios, bacterias y animales desconocidos aguardan al
intrépido investigador que se hunda en las profundidades marinas. ¿Por qué los
viajeros, exploradores y aventureros no escrutan más los océanos? Reconozco que
el aumento de la presión puede ser un impedimento; aun así, me sorprende esta
actitud porque, nada más traspasar la superficie del mar, se abre otro mundo
ajeno a las experiencias diarias; un universo tan diferente al habitual que ni
siquiera nuestros sentidos más apreciados, la vista y el oído, funcionan como
de costumbre. El sonido y la luz no se comportan de la misma manera en el aire
que en el agua. El sonido, por ejemplo, se mueve unas cinco veces más
rápidamente, y eso dificulta discriminar su lugar de procedencia. En cuanto a
los colores, desaparecen cuando aumenta la profundidad: el rojo se desvanece a
los seis metros, el naranja a los diez, el amarillo a los quince, el verde a
los treinta, más allá todo se torna azul grisáceo; a medida que descendemos la
luz se atenúa hasta que llega un momento, a los mil metros, en el que reina una
completa oscuridad. Además, los objetos pierden contraste y parecen borrosos y
difuminados. ¿Por qué?, porque los rayos que llegan a los ojos no provienen
directamente de ellos, sino, sobre todo, de las partículas que tiene el agua en
suspensión. Ni siquiera el tamaño permanece invariable: la luz cambia de
dirección cuando pasa del agua al aire, a través del cristal del visor del
buzo, y después al ojo. Y ese efecto logra que los objetos parezcan más
cercanos y grandes.
Sumergido
-con la imaginación- en ese oscuro mundo de silencio me surge, inevitablemente,
la pregunta, ¿qué nuevas sensaciones percibirán los humanos que osen visitar
astros distintos al planeta que los vio nacer?
1 comentario:
Estimado amigo
Entre 1969 y 1972 doce astronautas pisaron la Luna que está a tres días de viaje desde la Tierra.
Para ir de la Tierra a Marte el viaje tarda entre siete y once meses, dependiendo de la distancia entre ambos planetas en el momento de la partida.
Para ir a Plutón una sonda espacial salió en 2006 y llegará, si todo va bien, en 2015.
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