sábado, 6 de septiembre de 2008

Tormentas solares


Unos días después de celebrar el Año Nuevo, los astrónomos anunciaron que un nuevo ciclo solar había comenzado en el 2008. Algún avispado lector se preguntará ¿ciclos solares? ¡A mí qué me importan! A tan despreocupados terráqueos les diré que el conocimiento de tales ciclos permite predecir la llegada a la Tierra de las tormentas solares; un fenómeno que sobrecarga las redes eléctricas, puede causar apagones generalizados (ya sucedió en Nueva York), avería los satélites -es innecesario recordar que tanto las bolsas de valores y la previsión meteorológica, como las comunicaciones por radio y televisión se valen de ellos-, obliga a que los vuelos comerciales se desvíen a latitudes más bajas; y, abandonando el pragmatismo por el arte, también nos otorga el goce estético de columbrar auroras boreales en latitudes más bajas que las habituales.

Si el proemio ha conseguido avivar la curiosidad del lector profano, siga leyendo pues aún le aguardan sorpresas. El Sol, el inmutable Apolo de los antiguos, cambia cíclicamente: en concreto, aparecen manchas en su superficie, cuando, cada once años, su polaridad magnética se invierte; sucede, entonces, que su norte magnético se convierte en sur y viceversa. Los astrónomos han observado que, además, el Sol emite un flujo continuo de partículas; las apellidaron viento solar, viento que, al contactar con la Tierra, produce uno de los espectáculos más hermosos con el que podemos emocionarnos los humanos: las increíblemente bellas auroras. Pero hay veces que la normalidad solar se interrumpe, se producen violentas explosiones y el viento se vuelve vendaval: nos hallamos en una tormenta solar. Los físicos ya saben cuando suceden estas anomalías: cuando hay muchas manchas; por eso comparan esa agitada época con la temporada de huracanes en la Tierra.

Acostumbrado a las perturbaciones meteorológicas terrestres me imaginaba que, dejando a tras la atmósfera de nuestro planeta, la paz y tranquilidad reinaría por doquier, de ahí mi inmensa tristeza al enterarme de la existencia de una meteorología solar, con sus vientos y tormentas. El escritor reconoce que llora lágrimas de cocodrilo porque, aficionado a la ciencia, cree que la naturaleza siempre se muestra más bella que la más hermosa de las especulaciones ideadas por la mente humana. El escritor se solaza imaginando la inaudita potencia de las explosiones que ocurren en el Sol y sabe que los espectadores del futuro las contemplarán embelesados.

3 comentarios:

C. Armesto dijo...

Estimado amigo

Las tormentas solares son fenómenos que hemos infravalorado. En la Tierra nadie se dio cuenta, sin embargo, en 2012 una erupción solar provocó una tormenta, comparable en potencia a la que sucedió en 1859 y dos veces peor que la que dejó sin energía la región de Quebec, en Canadá, en 1989. Si la erupción hubiera ocurrido una semana antes, la Tierra habría estado en su trayectoria y podría habernos causado daños por valor de 3000 millones de dólares.

C. Armesto dijo...

Estimado amigo

En 1967, tres potentes erupciones solares inutilizaron los radares de EE. UU. encargados de detectar la llegada de misiles soviéticos. En un principio los expertos americanos creyeron que los soviéticos eran culpables. Afortunadamente, el error no provocó ninguna tragedia bélica. Desde esa perspectiva se entiende la preocupación del presidente de EE UU.

Cordialmente
Epi

C. Armesto dijo...

Estimado amigo

Una tormenta geomagnética es una perturbación temporal de la magnetósfera terrestre causada por el viento solar o por una eyección de masa coronal procedente del Sol.

No debemos confundir la actividad del Sol con las consecuencias de esa actividad en la Tierra; en concreto, unos astronautas que se hallen en camino hacia Marte sufrirán la actividad del Sol, pero no una tormenta geomagnética terrestre.

Saludos
Epi