¿Cómo será la geografía dentro de ciento cincuenta millones de años? Desde luego, y a tenor de lo que sabemos, diferente de la presente. Un culto viajero trasladado al futuro se hallaría completamente sorprendido: las dos Américas se habrán separado, Australia se habrá unido a Asia, África y Asia se habrán fragmentado. Conocemos el origen de tales cambios: el movimiento de las placas litosféricas de la superficie terrestre, que transportan a los continentes; se unen unas con otras y se fragmentan de nuevo impulsadas por la convección del manto; manto movido por el calor del núcleo terrestre. Cabe deducir que la tectónica de placas -que así llaman al proceso- durará el tiempo, dos mil millones de años, que el núcleo terrestre se mantenga lo suficientemente caliente. A partir de ese momento el manto dejará de moverse y la configuración de los continentes se volverá definitiva. Habrá cesado la producción de magmas, terminado el movimiento de los continentes, finalizada la formación de cadenas montañosas, no habrá terremotos ni erupciones volcánicas: los continentes serán inmensas llanuras y los ríos apenas transportarán sedimentos.
¿El Sol afectará a nuestro futuro? La estrella que nos calienta aumenta su luminosidad el uno por ciento cada cien millones de años; tal aumento evaporará los océanos dentro de dos mil millones de años: fenómeno que marcará el final de la vida terrestre. Dentro de dos mil millones de años nuestro planeta estará rodeado por vapor de agua a una presión de trescientas atmósferas; nada tendrá que envidiar al actual infierno de Venus, cuya superficie está a cuatrocientos cincuenta grados y noventa atmósferas de presión. La muerte geológica de nuestro planeta habrá coincidido con la muerte de su biosfera.
Si esperamos tres mil millones de años más, dentro de cinco millardos observaremos que el Sol, acabado el hidrógeno combustible, se hinchará hasta llegar a la órbita actual de Venus o de la Tierra, aunque ambos planetas ya no estarán allí, la atracción gravitatoria del Sol, que habrá perdido el cuarenta por ciento de su masa, será más tenue y los planetas se habrán alejado. Sin embargo, el enorme calor que recibirá la Tierra acabará fundiendo su superficie. La historia del planeta terminará como comenzó: con su superficie cubierta por un océano de magma. La diferencia debe buscarse en el cielo: al débil Sol inicial le sustituirá al final una enorme estrella llenando el firmamento. ¿Existirá alguien inteligente en ese momento?
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