sábado, 28 de diciembre de 2024

Rejuvenecer la inmunidad


Todas las células sanguíneas y inmunes tienen la misma abuela de enrevesado nombre: células madre hematopoyéticas, que tenemos en la médula de los huesos. Algunos descendientes de tales células -apellidados linfoides- forman linfocitos especializados contra las bacterias y virus invasores, otros descendientes -apellidados mieloides- devoran a cualquier célula o fragmento extraño. Comencemos por los linfoides: los linfocitos B producen anticuerpos contra agentes extraños, para destruirlos, mientras que los linfocitos T, destruyen las células extrañas o convocan a otras células inmunes para acabar con el enemigo. Incluso algunos linfocitos tienen memoria: expuestos previamente a un invasor, reaccionan rápidamente si vuelven a encontrarlo; la vacunación se basa en este fenómeno: el sistema inmune aprende a responder a una imitación inofensiva de una bacteria o virus para que sea capaz de destruir al invasor cuando no sea una imitación. Los otros descendientes -mieloides-, menos discriminatorios, también desencadenan la inflamación; un proceso que protege al organismo de los invasores, pero puede resultar dañino si es excesivo o permanente, y no se descarta que la inflamación crónica esté relacionada con el envejecimiento.
Durante la juventud de una persona, la población de células madre hematopoyéticas que tienen una producción equilibrada de células linfoides y mieloides predomina sobre la población de células madre hematopoyéticas que tienen una producción preferentemente mieloide; predominio que promueve la síntesis de linfocitos necesaria para iniciar las respuestas inmunes, y que limita la producción de células mieloides, que pueden ser proinflamatorias. En un sistema inmunológico envejecido disminuye la síntesis de linfocitos y aumenta la inflamación: se supone que las poblaciones de las células madre hematopoyéticas han cambiado a medida que aumenta la edad: hay mayor proporción de células madre hematopoyéticas con producción mieloide y menor cantidad de células madre hematopoyéticas que producen proporciones equilibradas de linfocitos y células mieloides. Este cambio mina nuestra capacidad de reaccionar ante agentes infecciosos; los ancianos producen menos linfocitos y por ello su vacunación no es tan eficaz como en los jóvenes.
¿Se podría rejuvenecer un sistema inmunológico viejo si se eliminasen las células madre hematopoyéticas con producción mieloide? Unos investigadores hicieron el experimentó con ratones ancianos: destruyeron, con anticuerpos, las células citadas. Comprobaron que el tratamiento restauró los rasgos característicos de un sistema inmunológico joven: aumentaron los progenitores de los linfocitos T y B, y mejoraron los marcadores de deterioro inmunológico relacionados con la edad: disminuyeron las proteínas inflamatorias, subió respuesta a la vacunación y creció la capacidad de resistir a una infección.

sábado, 21 de diciembre de 2024

El agua de la lluvia ya no es potable


Hasta el año 1899 ningún ojo humano vio al elemento flúor, un asesino implacable. La historia comienza hace más de tres siglos cuando un vidriero alemán observó que, cuando vertía ácidos fuertes sobre un mineral (que después llamarían fluorita), se desprendía vapor que empeñaba sus lentes. Concienzudas investigaciones demostraron que el vapor contenía un nuevo elemento, el flúor, tan reactivo -es el campeón de la reactividad- que costó la salud de los numerosos químicos que intentaron aislarlo. Fernando Moissan, después de sufrir varios envenenamientos, consiguió su aislamiento en 1899: lo premiaron con el Nobel de química, pero murió a los cuarenta y cuatro años.
Abandonamos al elemento homicida de químicos, para fijarnos en algunos de sus compuestos, concretamente en las sustancias perfluoralquiladas y polifluoralquiladas (llamadas PFAS), creadas por la humanidad y esparcidas por el planeta. Sospechamos que la contaminación ambiental por tales sustancias tiene un límite en la Tierra y que el límite se ha superado. La hipótesis se ha probado comparando los niveles de cuatro ácidos perfluoralquilados (PFAA) seleccionados (PFOS, PFOA, PFHxS y PFNA) en varios ambientes (agua de la lluvia, suelos y aguas superficiales) con los límites máximos; límites que han disminuido debido a nuevos conocimientos sobre su toxicidad. Los expertos han concluido: 1º que los niveles de PFOA y PFOS en el agua de lluvia a menudo exceden los límites sanitarios para el agua potable establecidos por la Agencia de Protección Ambiental de EE.UU. (EPA) y que la suma de los cuatro ácidos en el agua de lluvia suele superar los valores límite daneses para el agua potable; 2º que los niveles de PFOS en el agua de lluvia suelen estar por encima del límite que marca la calidad ambiental para aguas superficiales interiores de la Unión Europea; y 3º que los suelos del mundo están contaminados, a menudo por encima de los límites propuestos por los holandeses. Además, los cuatro ácidos perfluoralquilados se han propagado en la atmósfera y son poco reversibles debido tanto a su alta persistencia (les ha valido el sobrenombre de sustancias químicas eternas) como a su capacidad para participar en procesos cíclicos naturales. Por si fuera poco el perjuicio las PFAS se han asociado con daños a la salud, incluido el cáncer, dificultades de aprendizaje y alteraciones en la conducta infantil, infertilidad y complicaciones del embarazo, aumento del colesterol y disfunciones del sistema inmunológico.

sábado, 14 de diciembre de 2024

Polen y esporopolenina


El olivo, la morera y el árbol llamado plátano son las tres plantas liberadoras de polen que causan la mayoría de las alergias en España; no nos olvidamos del polen de los cipreses y gramíneas, abundantes en algunas regiones de la península ibérica. Además de los españoles, uno de cada tres terrestres se prevé que padecerá polinosis, que así llaman los expertos a lo que los profanos denominamos alergia al polen. La respuesta alérgica se debe a las proteínas que muestra el grano de polen, proteínas diferentes y más alergénicas, si las plantas están sometidas a estrés biológico (entiéndase contaminación, por ejemplo). El viento o los animales no son los únicos vehículos que transportan los granos de polen, las partículas procedentes de la combustión del gasóleo también puede llevarlos en su superficie, alterados en este caso y más alergénicos. ¿Cuánto polen es suficiente para desencadenar la respuesta inmune? Poco más de un centenar de granos de polen de olivo en cada metro cúbico de aire; como comparación piénsese que en Andalucía se han medido concentraciones atmosféricas de veinte mil.
¿Qué es un grano de polen, tal vez se pregunte el lector curioso? Simplificando mucho afirmaría que es el equivalente vegetal al espermatozoide masculino; pues cada minúsculo grano de polen contiene una, dos o tres células masculinas englobadas en un recipiente más o menos esférico recubierto por dos paredes; una interna, formada por celulosa y pectinas, y otra externa, cuyo componente principal es la esporopolenina, que también se encuentra en las esporas, uno de los más inertes y estables biopolímeros conocidos. La extrema resistencia a la degradación química de la esporopolenina ha permitido que tanto los granos de polen como las esporas puedan persistir como fósiles durante millones de años; como, además, la pared externa del grano de polen de cada especie vegetal presenta patrones específicos, su análisis permite reconocer las especies vegetales que vivieron en tiempos pasados y, en consecuencia, averiguar los climas pretéritos. Añado un breve comentario sobre la estructura química de este complejísimo biopolímero; se sintetiza usando como precursores moléculas de ácidos grasos, fenilpropanoides, fenoles y minúsculas cantidades de carotenoides, que se han entrecruzado para formar una estructura rígida. Su composición química, distinta en muchos vegetales, nos indica que más que un compuesto específico es una familia de compuestos; en la esporopolenina de pino y del musgo Lycopodium clavatum, por ejemplo, pueden distinguirse unidades químicas distintas.

sábado, 7 de diciembre de 2024

Cromo y hojas de afeitar


Resulta sorprendente los vericuetos por los que circula la mente para llegar de la historia a la toxicología. Comprobémoslo. Me instruía sobre las causas del declive de la civilización maya cuando me enteré de la existencia, en el valle guatemalteco del río Motagua, de uno de los yacimientos de jade más ricos del mundo. De ahí salió todo el jade usado por los americanos durante tres milenios porque, para mayas y aztecas, el jade, más valorado que el oro, significaba fertilidad y poder. En ese momento mi interés se desvió hacia la mineralogía; porque el jade es una roca que consta de dos minerales de la familia de los silicatos; ambos de color verde debido a inclusiones de cromo. Existen muchas gemas, pero sólo cuatro, si nos atenemos al criterio tradicional se consideran piedras preciosas, los diamantes, rubíes, esmeraldas y zafiros; y la mitad de ellas, la esmeralda y el rubí deben su color, verde una, rojo el otro, a la presencia del cromo, con la adición de hierro en la segunda gema. El metal cromo, además de proporcionar color, como su nombre indica, a algunos minerales y rocas, añade propiedades deseables a aleaciones con otros metales: el acero inoxidable, por ejemplo, debe su calificativo a que contiene más del doce por ciento de cromo. Me detengo en uno de los usos de este metal, las cuchillas de afeitar, fabricadas con acero y un revestimiento de cromo. Si el suspicaz lector se fija en la composición del material que soporta las cuchillas y contacta con la piel, comprobará que para fabricarlo se emplean varios antioxidantes: alabamos el uso de un derivado de la vitamina E, objetamos al BHT (dibutilhidroxitolueno) porque se sospecha que es un disruptor endocrino, o sea, un compuesto que interfiere con el funcionamiento de las hormonas. Mi sorpresa surgió al verificar las condiciones en las que se sintetiza uno de los productos que contiene el material que contacta con la epidermis, el polietilenglicol (PEG), un estabilizador de emulsiones que tiene un amplio empleo en los cosméticos. Calificado como seguro el problema no dimana del compuesto puro, sino de su fabricación; pues en ella está presente el cancerígeno óxido de etileno y el posiblemente cancerígeno 1,4-dioxano. Me pregunto: ¿los fabricantes han comprobado de manera exhaustiva si las cantidades residuales, mínimas (ppm), de esas sustancias dañinas que quedan en el producto comercializado son tóxicas a largo plazo?