Todas las células sanguíneas y inmunes tienen la misma abuela de enrevesado nombre: células madre hematopoyéticas, que tenemos en la médula de los huesos. Algunos descendientes de tales células -apellidados linfoides- forman linfocitos especializados contra las bacterias y virus invasores, otros descendientes -apellidados mieloides- devoran a cualquier célula o fragmento extraño. Comencemos por los linfoides: los linfocitos B producen anticuerpos contra agentes extraños, para destruirlos, mientras que los linfocitos T, destruyen las células extrañas o convocan a otras células inmunes para acabar con el enemigo. Incluso algunos linfocitos tienen memoria: expuestos previamente a un invasor, reaccionan rápidamente si vuelven a encontrarlo; la vacunación se basa en este fenómeno: el sistema inmune aprende a responder a una imitación inofensiva de una bacteria o virus para que sea capaz de destruir al invasor cuando no sea una imitación. Los otros descendientes -mieloides-, menos discriminatorios, también desencadenan la inflamación; un proceso que protege al organismo de los invasores, pero puede resultar dañino si es excesivo o permanente, y no se descarta que la inflamación crónica esté relacionada con el envejecimiento.
Durante la juventud de una persona, la población de células madre hematopoyéticas que tienen una producción equilibrada de células linfoides y mieloides predomina sobre la población de células madre hematopoyéticas que tienen una producción preferentemente mieloide; predominio que promueve la síntesis de linfocitos necesaria para iniciar las respuestas inmunes, y que limita la producción de células mieloides, que pueden ser proinflamatorias. En un sistema inmunológico envejecido disminuye la síntesis de linfocitos y aumenta la inflamación: se supone que las poblaciones de las células madre hematopoyéticas han cambiado a medida que aumenta la edad: hay mayor proporción de células madre hematopoyéticas con producción mieloide y menor cantidad de células madre hematopoyéticas que producen proporciones equilibradas de linfocitos y células mieloides. Este cambio mina nuestra capacidad de reaccionar ante agentes infecciosos; los ancianos producen menos linfocitos y por ello su vacunación no es tan eficaz como en los jóvenes.
¿Se podría rejuvenecer un sistema inmunológico viejo si se eliminasen las células madre hematopoyéticas con producción mieloide? Unos investigadores hicieron el experimentó con ratones ancianos: destruyeron, con anticuerpos, las células citadas. Comprobaron que el tratamiento restauró los rasgos característicos de un sistema inmunológico joven: aumentaron los progenitores de los linfocitos T y B, y mejoraron los marcadores de deterioro inmunológico relacionados con la edad: disminuyeron las proteínas inflamatorias, subió respuesta a la vacunación y creció la capacidad de resistir a una infección.