sábado, 13 de julio de 2024

Circuitos neuronales, emociones y razones


Tal vez al incrédulo lector le parezca un engaño, pero su felicidad depende del buen funcionamiento de un par de un circuitos eléctricos que, en el cerebro, denominamos circuitos neuronales. 
Argumentaré tan afirmación recordando los argumentos de Daniel Goleman. Las señales procedentes de los ojos y oídos, a través de neuronas, van al tálamo (primera estación de su recorrido, situada debajo de la corteza cerebral), de ahí al neocórtex (área del cerebro pensante), después a la amígdala (centro cerebral de las emociones): mediante esta conexión neuronal -larga- funcionamos habitualmente: damos una respuesta, después de que el área del cerebro pensante analice la situación. Pero existe una conexión de emergencia -corta- en la que las señales sensoriales van directamente del tálamo a la amígdala; este circuito permite que la amígdala responda, antes que el neocórtex haya valorado la información. Este circuito -corto- más rápido nos permite entender el poder de las emociones porque, en tales circunstancias, la amígdala guía nuestra actuación antes que intervenga el más lento, aunque mejor informado, neocórtex. Mientras que la amígdala ejecuta una reacción impulsiva (un asesinato, en el caso más trágico), otra parte del cerebro, el lóbulo prefrontal del neocórtex, desconecta la amígdala y elabora una respuesta juiciosa; tardamos más, pero la respuesta es mejor, porque el pensamiento precede al sentimiento.
La cooperación entre sentimientos y pensamientos se debe a las conexiones entre la amígdala y el neocórtex. Si una emoción fuerte nos perturba, falla el pensamiento racional porque las conexiones emocionales muy activas sabotean el funcionamiento de la corteza prefrontal: ocurre con los niños impulsivos, que tienen un elevado coeficiente intelectual y pobres rendimientos académicos; y también en quienes tienen deteriorada las conexiones entre la amígdala y la corteza prefrontal; las decisiones -personales y laborales- que toman son desastrosas.
La amígdala alberga recuerdos emocionales, y elabora respuestas, sin participación consciente. Durante los primeros milisegundos de una percepción sabemos inconscientemente si nos agrada o desagrada: porque hechos y emociones se almacenan en lugares cerebrales distintos. El hipocampo cerebral registra percepciones, hechos puros, la amígdala les asigna una emoción; el hipocampo registra caras o sonidos, la amígdala nos indica cuánto amamos u odiamos esa cara o ese sonido. En resumen, los sentimientos son indispensables para la toma de decisiones porque nos orientan ante las posibilidades que nos ofrece la lógica racional. En cierta manera -arguye Goleman- tenemos dos clases de inteligencia, la racional y la emocional, que debemos armonizar.

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