En los relatos que leí sobre las hazañas de los intrépidos montañeros George Mallory, Edmund Hillary o Reinhold Messner, me llamó la atención el peligro que entraña penetrar en la zona de la muerte; denominación que los escaladores dan a las regiones que se encuentran, aproximadamente, por encima de los siete mil quinientos metros; altitud en la cual la vida humana resulta imposible. Tales proezas me sugirieron dos preguntas ¿Por qué son peligrosas tales zonas? ¿De que están hechos las enormes moles de piedra que constituyen las cordilleras del Himalaya, el Karakorum y el Hindú Kush, cuyos picos, los más altos del planeta, escalan con tanta dificultad los alpinistas? Contesté la pregunta primera con relativa facilidad: a tales alturas la escasez del imprescindible oxigeno que necesitamos para vivir impide a los seres humanos aclimatarse. Me extenderé un poco más en la respuesta al segundo interrogante. Hago honor a la cumbre más alta de la Tierra parándome en analizar su composición. Su base está compuesta por duros gneises y granitos; sobre ellos y hasta los siete mil metros se asienta un gran espesor de esquistos. La punta de la pirámide, hasta los ocho mil seiscientos metros, se halla formada por bandas amarillas, unas capas de mármol amarillento visibles no sólo en el Everest, sino también en su vecino, el gigante Lhotse; se trata de arenisca que se encontraba en fondos marinos, y que se transformó mediante metamorfismo en mármol. Coronando la enorme montaña existen rocas sedimentarias de más de cuatrocientos millones de años de antigüedad: son calizas que contienen fósiles de crinoideos (lirios de mar es su nombre común). Por último, un poco antes de la cima, el sufrido escalador que, con peligro de su vida, holla el suelo de estos inhóspitos lugares hallará una capa de rocas sedimentarias en cuya formación han intervenido cianobacterias, microbios pretéritos que vivían en una zona próxima a la costa de un mar tropical poco profundo. En conclusión, aunque parezca mentira al profano, el geólogo tiene pruebas contundentes para deducir que el techo del mundo actual se formó en el fondo de un océano.
Pero la historia geológica no ha acabado. Hace cuarenta millones de años, cuando la India chocó contra Asia, lejos de detener su camino, siguió empujando hacia el norte, plegando la corteza y levantando el Himalaya; incluso en nuestros días, la India continúa su empuje, provocando que las montañas sigan elevándose.
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