Flores te traigo, restos arrancados
De la tierra que nos vio pasar unidos
Y ahora, muertos, nos deja separados.
Los nostálgicos versos de Joaquim Machado de Assis inducen al escritor a meditar sobre el amor al cónyuge, la fidelidad y la monogamia. ¿Es monógama nuestra especie? Según los etólogos, los científicos que estudian la conducta animal, la monogamia nada tiene de romántica, aparece por cuestiones prácticas, para asegurar la supervivencia de la especie, el mismo motivo por el que los animales se aparean. ¿Ventajas de la conducta monógama? Dos, y no uno, individuos cuidan las crías; se ahorran fuerzas al evitar combates entre machos y se asegura una pareja. La adaptación consiste en ajustar la respuesta al medio, a un enemigo, a un compañero sexual o a la supervivencia de la progenie; eso han hecho los Homo sapiens al convertirse en una especie formadora de parejas. Un impuso tan intenso derivó de los mayores deberes parentales y continuará persistiendo, sean cuales sean los cambios sociales que se produzcan, a menos que haya en cambio genético radical; y si eso no se tiene en cuenta la sociedad se llenará de amargos celos, destrozados corazones, familias rotas e hijos no deseados; la promiscuidad es un mito que no se ajusta al probable comportamiento de nuestros antecesores. Sin embargo, la monogamia, muy popular entre las aves, lo son nueve de cada diez especies -los pingüinos, las tórtolas, los cisnes o los pequeños loros inseparables- lo es menos entre los mamíferos, pues sólo la practican menos de una de cada diez especies.
Nuestros primos, los chimpancés y gorilas son polígamos: cada macho dispone de un harén de hembras; no es el caso de los lobos, a pesar de su fama de sanguinarios, macho y hembra salen juntos de cacería con sus crías que aprenden y luego ayudan a buscar las presas. Un comportamiento similar presentan los gibones, castores, orcas, nutrias y ratones de la pradera. Mientras que un caballo anda a pocos minutos del nacimiento y cualquier pez recién salido del huevo come, los pichones de las aves, cuando rompen el cascarón, necesitan el cuidado de ambos progenitores hasta que las crías sean autónomas y abandonen el nido. Tan fuerte puede ser el vínculo de un individuo con su pareja -la grulla blanca de la India o los periquitos- que muere uno si el otro falta, como si de un melodramático culebrón televisivo se tratara.
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