El fósforo es un elemento imprescindible para la vida en general y la vida animal en particular; fijémonos en nuestro cuerpo. No sólo los huesos y los dientes están hechos de fosfatos, en el metabolismo se emplean a menudo moléculas fosforadas como compuestos esenciales; concretamente, el difosfato (o pirofosfato) se forma cuando las células sintetizan ADN o ARN, la misma sustancia se halla en el líquido sinovial de las articulaciones, en el plasma sanguíneo y en la orina. No se requieren más argumentos para convencernos del peligro para nuestra salud que supone la escasez del fósforo; incluso la mayoría de la población asocia este mineral a beneficios para el cuerpo y el cerebro. ¿Es verdadera esta creencia? La contestación es afirmativa mientras no se sobrepasen ciertas cotas, porque de hacerlo, el exceso también resulta perjudicial para la salud.
Elemento presente de forma natural en la dieta, es fácil consumir cantidades elevadas de fósforo debido a que muchos alimentos, entre los que se encuentran los lácteos, mariscos, pescados, salsas, quesos, embutidos, además de los chicles, refrescos y café contienen difosfato de sodio, potasio, calcio o magnesio como aditivo (E-450), que actúa como emulsionante, estabilizante y regulador de la acidez. El consumo diario medio de fósforo, en España, está entre dos y tres gramos, mientras que el organismo humano necesita sólo unos setecientos miligramos; el exceso -arguyen los médicos miembros de la Sociedad Española de Nefrología (2017)- se debe a la ingesta de fosfatos que, como aditivos, se incorporan a los alimentos procesados. Los expertos facultativos alegan que la cantidad excesiva de fósforo es perjudicial para nuestra salud, y resulta especialmente nociva para las personas mayores o enfermas, cuya una función renal está disminuida y tienen menor capacidad para eliminarlo; por ello han alentado a las autoridades sanitarias para que en las etiquetas de los alimentos se exhiba el contenido de fósforo; de esa manera los consumidores podrán conocer su cantidad y regularla.
No sólo se quejan los nefrólogos; otros biólogos también tiene algo que alegar porque la ingesta dietética excesiva de fosfato quizá también intervenga en el desarrollo de la enfermedad inflamatoria intestinal. Por lo pronto los investigadores ya han demostrado que, en ratas, la dieta que contiene alta cantidad de fosfato aumenta la cantidad de citocinas proinflamatorias, incrementa la producción de especies reactivas de oxígeno y agudiza la inflamación intestinal en las colitis experimentales.
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