sábado, 19 de marzo de 2022

Masas inercial y gravitatoria


Newton
paseaba.
Los gusanos roían
su manzana.

Si bien Federico García Lorca atribuye a los gusanos la acción de roer la manzana; considero que erró el poeta, pues no eran los vulgares insectos, sino el excelso Albert Einstein, quien se encargó de tal menester cuando reemplazó la ley de gravedad de Isaac Newton, por su teoría de la relatividad general; tal vez por eso el sabio alemán escribió “Newton, perdóname. Tú encontraste el única camino que, en tu época, era posible para un hombre de la máxima capacidad intelectual y creativa. Los conceptos que creaste aún guían nuestro pensamiento físico, pero ahora sabemos que deberán ser remplazados por otros muy alejados de la esfera de la experiencia inmediata, si nuestro propósito es un conocimiento más hondo de las relaciones existentes". La caída de una manzana sugirió a Newton la ley de la gravedad (al menos eso cuenta la leyenda), ley superada, en el año 1915, por otra mejor. Todo comenzó con una discusión sobre qué es la masa, o sea, la cantidad de materia. Si medimos la masa con una balanza, que depende únicamente de la gravedad, la calificamos como masa gravitatoria; si lo hacemos mediante la medida de la fuerza que necesitamos ejercer sobre un objeto para proporcionarle una aceleración determinada, la llamamos masa inercial. Nadie tenía explicación para la igualdad entre ambas magnitudes… hasta Einstein, quien convirtió la igualdad en identidad y sobre ese postulado edificó su monumental teoría de la relatividad general. Porque esta nueva teoría de la gravitación postula que las masas, al mismo tiempo que originan gravedad, experimentan efectos inerciales. Eso significa que un observador es incapaz de distinguir la gravedad (uniforme) de un movimiento acelerado; y que, por tanto, las leyes de la naturaleza deben expresarse de manera que sea imposible distinguir el movimiento acelerado de la gravedad. Fijémonos en dos astronautas viajeros: si uno asegura que siente la inercia del movimiento porque ha acelerado o frenado, su compañero puede argumentar que siente una atracción gravitatoria en uno u otro sentido: y ambos tienen razón. Observemos ahora otro fenómeno, la ausencia de peso durante la caída libre: la aceleración no sólo simula la gravedad, también la contrarresta. Evidentemente, la explicación de Einstein nada se parece a la de Newton. 

Newton
lloraba.
En un alto cedro dos
viejos búhos platicaban
y en la noche lentamente
el sabio volvía a su casa
soñando inmensas pirámides
de manzanas.

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