sábado, 18 de septiembre de 2021

La Tierra, una bola de nieve


Durante el período criogénico (que duró desde setecientos veinte millones de años atrás a seiscientos treinta y cinco millones) hubo un acontecimiento excepcional en la Tierra que nunca había ocurrido y que nunca se repitió: dos glaciaciones globales por lo menos, consecutivas, convirtieron nuestro planeta en una bola de nieve.
Hay indicios para sospechar que las edades glaciales empiezan cuando los continentes se encuentran en una posición que impide o reduce el flujo de agua cálida del ecuador a los polos, permitiendo la formación de casquetes polares. Dicho lo cual, comenzamos el relato con la fragmentación de un supercontinente; ya había ocurrido otras veces y volvería a ocurrir de nuevo, su nombre Rodinia, es lo de menos; la singularidad del proceso consistió en que los fragmentos continentales se ubicaron alrededor del ecuador. Ello trajo una consecuencia inesperada: aumentaron las precipitaciones y, en consecuencia, la erosión: el dióxido de carbono extraído de la atmósfera quedó secuestrado en forma de rocas carbonatadas, lo que bajó la temperatura y formó casquetes de hielo en los polos. El aumento desbocado del albedo (la nieve blanca refleja más radiación solar que el agua líquida azul y los continentes ecuatoriales reflejan más que el océano) enfrió la atmósfera. El proceso se realimentó y provocó una caída mayor de la temperatura: el enfriamiento (cincuenta grados bajo cero de media) terminó por envolver de hielo a casi todo el planeta. Los glaciares, incluso en las proximidades del ecuador, alcanzaron el nivel del mar y los océanos se cubrieron de una capa de hielo de un kilómetro de espesor, apenas interrumpida por zonas de agua libre en el ecuador que brindaron refugio a la vida. 
Sin apenas precipitaciones -el aire se había vuelto frío y seco- se redujo la erosión, disminuyó la extracción del dióxido de carbono que arrojaban los volcanes y el gas volvió a acumularse en la atmósfera. La glaciación global terminó abruptamente cuando, tras diez millones de años, la concentración del gas carbónico se había multiplicado por mil; el océano se desheló -el albedo disminuyó- y el agua del mar, caliente, se evaporó, reforzando el efecto invernadero: la temperatura en la superficie superó los cincuenta grados de media -nunca se había producido una oscilación climática de tal envergadura en el planeta-. 
Cuando los continentes se desviaron hacia latitudes más polares, el ciclo de enfriamiento y calentamiento, que casi había colapsado la biosfera, se interrumpió.

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