sábado, 5 de junio de 2021

Conciencia

En 1950, el matemático Alan Turing propuso una prueba cuyo objetivo era examinar la capacidad de una máquina para exhibir un comportamiento inteligente, indistinguible de un ser humano. Consistía en lo siguiente: un jurado humano evalúa sus conversaciones con otro humano y una máquina; ambos contertulios están separados, para que no puedan verse, y la conversación se limita a un texto tecleado. En el caso de que el jurado, después de la conversación, no distinga entre el humano y la máquina, ésta habrá pasado la prueba. En 2014, un bot de charla, bautizado como Eugene Goostman, engañó al jurado humano; no obstante, los expertos discuten su inteligencia. ¿Por qué? Maticemos; el test de Turing no indica que la máquina sea inteligente, sino que nos hace creer que lo es. Y esta hazaña tecnológica me sirve para recordar el significado de la conciencia: el conocimiento que un ser (humano o no) tiene de sí mismo. Entre todas las percepciones conscientes que tenemos destaca la que nos permite sentir nuestra propia existencia, que nuestra mente es algo inseparable de nuestro cuerpo. Ahora bien, la traducción de procesos cerebrales en conciencia subjetiva constituye uno de los grandes problemas científicos irresolutos. Sin embargo, y a pesar de la ignorancia que hay sobre el tópico, algunos expertos en inteligencia artificial tratan de diseñar máquinas que tengan conciencia, otros en cambio niegan tal posibilidad. ¿Un aumento en la cantidad de información bruta volvería consciente a una máquina?, ¿no?, ¿tal vez la conciencia es entonces sinergia, integración? ¿Sería acaso un fenómeno emergente de autoorganización de un sistema complejo que integra mucho subsistemas?

Recordemos distintas teorías sobre la conciencia de las máquinas. Primera: muchos expertos en inteligencia artificial estiman que el pensamiento es un proceso de computación en el cerebro y que la conciencia es el resultado del algoritmo adecuado. Segunda: la conciencia es una consecuencia de una acción física que ocurre en el cerebro; no obstante, la simulación computacional del cerebro no implica la aparición de conciencia; por la misma razón que la imitación de una tormenta en un ordenador no moja ni desprende rayos. Tercera: la conciencia es una consecuencia de la actividad física en el cerebro, que no puede simularse mediante algoritmos, aunque puede ser reproducida artificialmente. Y cuarta: la conciencia humana no puede entenderse en términos físicos. 

Mientras esperamos impacientes la solución al enigma, nos preguntamos ¿podrá existir alguna vez un robot que nos reclame derechos?

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