sábado, 20 de febrero de 2021

Rayos cósmicos de energía extrema


Inicio el discurso con una constatación; durante el último año he recibido radiactividad, la dosis media normal de radiactividad natural que incorpora cualquier persona en la superficie Tierra, concretamente, una cantidad de dos unidades mSv y cuatro décimas, a las que se suman seis décimas de media, procedentes de fuentes médicas. ¿De dónde procede la radiactividad natural? Una parte se debe a que nuestro planeta es ligeramente radiactivo (una unidad y tres décimas se atribuye al radón), otra a los rayos cósmicos que llegan desde el espacio. Me interesan estos últimos: a nivel del mar, la contribución de los rayos cósmicos es de cuatro décimas, aproximadamente; cifra que aumenta cinco centésimas por cada vuelo transoceánico; y que, en casos poco frecuentes, se puede multiplicar por diez si hay erupciones solares intensas. Desde comienzos del siglo pasado los físicos estudian los rayos cósmicos por dos razones: porque desean averiguar qué información les proporcionan del universo; y porque la radiación representa un riesgo importante para la salud de los futuros viajeros del espacio, tanto que podría ser el mayor obstáculo para que la humanidad sea capaz de viajar a otros astros. Concretamente, los astronautas de la Estación Espacial Internacional reciben dosis de radiación doscientas cincuenta veces mayores que en la Tierra; y fuera de la magnetosfera el impacto sería hasta setecientas veces superior.
Requiero todo este preámbulo para la presentación de la partícula Oh-My-God (Oh¡ Dios mío); se trata de un rayo cósmico de energía extrema detectado el 15 de octubre de 1991 por físicos de la Universidad de Utah (Estados Unidos). Con trescientos trillones de unidades eV, la partícula subatómica tenía una energía cinética de cuarenta y ocho julios, equivalente a la de una pelota de tenis golpeada a ciento cuarenta y seis kilómetros por hora; procedente de fuera de la Vía Láctea era veinte millones de veces más potente que la radiación electromagnética más potente emitida por cualquier objeto extragaláctico. La partícula (con una masa en reposo determinada) viajaba a una velocidad tan cercana a la de la luz que, si un fotón iniciara una carrera con ella, serían necesarios algo más de veintiún mil años para que el fotón la aventajara un milímetro. Su energía fue millones de veces mayor que la que cualquier acelerador terrestre de partículas puede producir. ¿El sagaz lector ha adivinado ya donde pueden observarse los choques de partículas más energéticos? 

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