Le
sorprendió, a quien esto escribe, averiguar que buena parte de
nuestro planeta está habitado por microbios desconocidos; seres que
sabemos que existen, pero que no han sido cultivados en laboratorios.
Asombran los número que muestran la abundancia de microbios
(expresada en cuatrillones de células) en siete entornos terrestres:
en los sedimentos marinos viven doscientos noventa mil; en el suelo
moran doscientos cincuenta y seis mil; en el subsuelo terrestre
residen doscientos cincuenta mil; en el agua marina ciento un mil;
desaparecen tres ceros en la cuenta de los que se alojan en el agua
dulce, solamente ciento treinta; habitan en las plantas apenas cien y
menos aún, en los animales, veinte. Los científicos han descrito,
al menos hasta el nivel de género, cerca de la mitad de los
microorganismos que habitan en plantas y animales; sin embargo, más
del ochenta por ciento de las poblaciones que viven en los otros
cinco entornos, comparativamente mucho mayores, siguen siendo
desconocidas.
Dejemos
a un lado las bacterias y arqueas, y fijémonos en los
microorganismos que tienen su información genética encerrada dentro
de una doble membrana (que delimita un núcleo celular). Lo hay de
tres tipos, los protozoos, las algas microscópicas y los hongos
microscópicos, que resultan relativamente fácil de distinguir. Los
primeros carecen de pared celular, y son capaces de transformar la
materia orgánica en sus componentes y en energía; los segundos
tienen una pared celular de celulosa y sintetizan las sustancias
esenciales para su supervivencia a partir de compuestos inorgánicas;
los últimos, igual que los primeros, transforman la materia orgánica
en sus componentes y energía, pero tienen una pared celular de
quitina.
Fijémonos
ahora en los antecesores de los animales; los minúsculos protozoos
tienen un tamaño que va de una centésima de milímetro a un
milímetro, viven en ambientes acuosos, y algunos, muy pocos, son
parásitos que producen graves enfermedades, como la malaria, las
tripanosomiasis, la leishmaniasis o la disentería amebiana. Los
protozoos, decía, se alimentan de algas, bacterias y hongos
microscópicos y por ello desempeñan un papel fundamental en el
control de la población de esos seres; a su vez son una fuente de
alimento para los minúsculos invertebrados. Algunos son
extraordinariamente resistentes y sobreviven, formando quistes, en
condiciones muy adversas, ya sea a unas temperaturas extremas, o en
presencia de productos químicos dañinos, incluso permanecen vivos
durante largos periodos sin alimentos, agua u oxígeno. Espero que el
astuto lector ya se haya percatado de su importancia.
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