sábado, 11 de enero de 2020

Aceros



     El calendario marca el once de septiembre de 2001 en Nueva York. Las Torres Gemelas soportan indemnes el impacto de dos aviones; pero el calor generado por la explosión del combustible de los dos Boeing y el incendio consecuente -probablemente se alcanzaron mil cien grados- bastó para derrumbar ambos edificios. ¿Es posible tal explicación?
     El hierro puro es un metal que, dependiendo de la temperatura, se presenta en tres estados: hierro alfa hasta novecientos once grados, hierro gamma hasta mil trescientos noventa y dos, e hierro delta, semejante al hierro alfa, hasta mil quinientos treinta y nueve; por encima el metal está fundido. El hierro puro apenas tiene aplicaciones industriales, pero formando aleaciones con el carbono es el metal más utilizado en la industria; porque el acero conserva las características del hierro, pero la adición del carbono mejora sus propiedades mecánicas; concretamente, lo vuelve más tenaz, o sea, más resistente a ser roto o doblado. El acero -decíamos-, que no debe confundirse con el hierro, sirve para nombrar a una mezcla de hierro con menos del dos por ciento de carbono. Cuando el contenido de carbono supera el dos por ciento (el límite está en algo más de seis), la mezcla de hierro con carbono deja de ser acero y se convierte en fundición; la diferencia resulta esencial, pues el primero es forjable, o sea, se le puede dar forma mediante energía mecánica y la segunda, más frágil, no lo es, lo que significa que debe ser moldeada (trabajo que se efectúa con el material fundido).
     Los químicos conocen los componentes de los aceros: a la temperatura del ambiente, ferrita y cementita; la primera, dúctil, es una disolución sólida de unas milésimas por ciento de carbono en hierro alfa; la segunda, el componente duro, se trata de un carburo de hierro. La perlita, compuesta por ferrita y cementita, es otro constituyente de los aceros que tiene propiedades intermedias entre ambas. La austenita, una disolución sólida de carbono en hierro gamma, dúctil y fácilmente deformable a los mil cien grados, aparece en cualquier acero a partir de setecientos veintitrés grados, por eso la forja y laminado de aceros se efectúan a tal temperatura. El sesudo lector ya habrá imaginado qué sucederá a un edificio, cuando las columnas de acero que lo sostienen se calientan a mil cien grados, y los componentes del acero se convierten en austenita, tan resistente como la mantequilla…

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