Confieso
mi incapacidad para leer de cabo a rabo la sátira escrita por Jonathan Swift; sí
me han entretenido, en cambio, las ediciones resumidas de los Viajes de
Gulliver. Me interesó su viaje a la isla flotante de Laputa (tal vez porque me
recuerda a algunas universidades españolas), un reino dedicado a las
matemáticas y la astronomía, pero absolutamente incapaz de utilizarlas de modo
práctico; en la Academia de Lagado se invierten enormes recursos en
investigaciones ridículas: ablandar el mármol para usarlo como almohadas, extraer
rayos solares de pepinos o descubrir conspiraciones políticas examinando los
excrementos de los sospechosos. Con todo, los viajes al país de los enanos y al
de los gigantes son los más conocidos, también los más amenos. Y ya que hemos
hablado de tamaños, el escritor se pregunta por el máximo y el mínimo tamaño
que existe en el universo.
Una
décima de milímetro mide una mota de polvo, está a medio camino -en una escala
logarítmica, es decir de potencias de diez-, entre la longitud de Planck, la
distancia más pequeña que tiene significado físico, y el tamaño del universo
observable, una esfera de mil cuatrillones de metros: entre ambas escalas se
halla todo lo que podemos observar y probablemente todo lo que llegaremos a
conocer. Dicho en lenguaje matemático, sesenta y dos órdenes de magnitud
separan el mínimo tamaño del máximo.
Necesitamos
un número de ochenta y una cifras para escribir la suma de protones, neutrones
y electrones de toda la materia reconocible en el universo observable; la
cantidad de fotones y neutrinos es mil millones de veces mayor. A pesar de los números
enormes, lo anterior no representa más que el cinco por ciento de toda la
materia y energía que existe en el universo observable; el resto constituye un
reino en la sombra que permanece invisible para la humanidad. Sin embargo, no
estamos desconectados de todo ello; en algún momento, hace trece mil
ochocientos millones de años, todo lo que vemos y lo que no vemos estaba
comprimido en una porción diminuta de espacio-tiempo en el que aún nos hallamos,
junto con cualquier cosa que puede existir a billones de kilómetros de distancia.
¿Y
nosotros? ¿Qué percibimos? Nuestro entendimiento rara vez se inmiscuye por
debajo del milímetro o por encima de unos kilómetros. Apenas seis órdenes de
magnitud, de los sesenta y dos existentes, abarcan la delgada franja de la
experiencia humana.
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