Quienes
trabajan en los pozos de petróleo saben que el sulfuro de hidrógeno, de
pestilente olor a huevos podridos, constituye un riesgo laboral. Afortunados
seríamos si el tóxico gas sólo fuese peligroso para ellos…
Hace
doscientos cincuenta millones de años tuvo lugar la más devastadora extinción de
seres vivos de la historia de la Tierra. Las emisiones de dióxido de carbono
procedentes de los volcanes desencadenaron una transformación ambiental que
redujo la cantidad de oxígeno en los océanos. La modificación, como es lógico, fue
perniciosa para quienes necesitan oxígeno para vivir, sin embargo, las
sulfobacterias, que no lo necesitan, proliferaron; este hecho tornó al ambiente
más tóxico para los moradores de los mares, pues las sulfobacterias generan sulfuro
de hidrogeno. Además de envenenar el océano, el tóxico gas se difundió a la
atmósfera donde eliminó gran parte de la flora y fauna de las tierras emergidas.
Al final de la extinción –según esta hipótesis- el noventa y cinco de las
especies marinas y el setenta por ciento de las terrestres habían desaparecido.
Los
organismos que sobrevivieron a la catástrofe debieron ser los que lograron tolerar
el sulfuro de hidrógeno e incluso sacarle provecho, por lo que cabe pensar que
los humanos, descendientes suyos, quizá hayamos retenido esa capacidad. En
efecto, se ha descubierto que el venenoso gas es esencial para la reducción de
la presión arterial y para la regulación del metabolismo; el sulfuro de
hidrógeno, igual que el óxido de nitrógeno y el monóxido de carbono, es una
molécula señalizadora. Convenientemente administrado, podría resultar
beneficioso para las víctimas de ataques cardíacos o de traumatismos, a quienes
mantendría con vida hasta operarlas o proporcionarles una transfusión de sangre;
incluso se investiga si la hibernación con este gas permitiría suspender las
funciones vitales sin afectar al cerebro. Los nutriólogos aún tienen algo que añadir;
porque ellos tienen datos que indican que el ajo tiene capacidad para dilatar
los vasos sanguíneos y limitar la agregación de las plaquetas, con la
consiguiente reducción del riesgo de accidentes cerebro-vasculares, ataques
cardíacos y dificultades renales. Los beneficios del popular condimento pudieran
deberse a que algunas de sus moléculas desprenden sulfuro de hidrógeno en el
organismo.
El
sorprendido lector comprenderá lo apasionante que puede ser la investigación
científica cuando descubre que la misma sustancia que interviene en las
virtudes curativas de los ajos, también lo hace en la mayor extinción biológica
de la Tierra y en la prevención de los infartos.
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