No
hay piedra preciosa que haya inspirado más leyendas que el ópalo. Según una
versión, su pésima reputación se remonta a la epidemia de peste en Venecia, que
acabó en 1348 con los dos tercios de sus habitantes. Se decía que al colocarlo
en los enfermos resplandecía en los desventurados y se apagaba en los muertos (se
ha alegado que los cambios en el brillo podrían deberse al agua del sudor del
enfermo). En 1829 Walter Scott certificó su mala fama: en Anne of Geierstein, el
ópalo de Lady Hermione destruye a su poseedora: la popularidad de la novela
logró que el precio de estas joyas se redujese a la mitad en solo un año. Una
explicación, más prosaica, atribuye la mala fama de esta gema a su fragilidad:
al romperse con facilidad, los joyeros preferían no tallarlos aduciendo que estaban
endemoniadas. En sólo siete años murieron Alfonso XII, su esposa, su abuela, su
hermana y su cuñada ¡La monarquía española estaba maldita!, según otra leyenda
¿La causa? La posesión de un ópalo maléfico.
¿Cómo
se forma este -para los supersticiosos- poderoso talismán? Algo de la sílice
que se encuentra dentro de cualquier roca se disuelve en el agua. El agua se
filtra entre las rocas y el gel de sílice precipita en las fisuras y cavidades
formando ópalos, que contienen del tres al veintiuno por ciento de agua dentro
de su estructura cristalina, una cantidad de agua similar a la que contiene la
gelatina. En otras palabras, cuando entra en la cavidad, el agua deposita
microscópicas esferas de sílice. Si las esferitas están colocadas al azar, se
forma el ópalo común -entre el ochenta y el noventa por ciento del ópalo que no
tiene valor comercial-. Pero si las esferitas tienen un tamaño uniforme y están
bien empaquetadas, la luz que llega al mineral se divide en varios haces coloreados
que viajan en diferentes direcciones (técnicamente diríamos que la luz se
difracta como en una red de difracción); aparece entonces el juego de colores
similar al arco iris. Las esferas pequeñas (menos de ciento cincuenta
nanómetros de tamaño) producen los azules y violetas, las esferas mayores (no
superan los trescientos cincuenta nanómetros) producen los naranjas y rojos. Si
movemos la piedra preciosa, la luz incide desde diferentes ángulos, recorre
diferentes caminos, y el deleitado espectador percibe los preciosos cambios de
color.
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