¿Alguna
vez comprenderemos las aventuras espirituales del hombre primitivo cuando
descubrió su poder para cambiar el comportamiento de las sustancias? Han
quedado huellas mitológicas de las relaciones de los metalarios y herreros con
los minerales, en cambio, el recuerdo de la experiencia demiúrgica del alfarero
primitivo, el primer humano capaz de modificar el estado de la materia, apenas
ha dejado vestigio alguno.
La
primera reacción química que usaron los humanos fue la combustión. El fuego no sólo
proporcionó a nuestros antepasados defensa, luz, calor y les permitió mejorar
su dieta con alimentos cocinados, también les sirvió para hacer otra reacción
química inédita: deshidratar silicatos, dicho con otras palabras, cocer barro. Los
alfareros del presente, y también del pasado, cuecen arcilla para fabricar vasijas,
ladrillos, tejas, tubos, baldosas, lozas, porcelanas y azulejos, incluso la
modelan, antes de calentada, para obtener figuras artísticas. Y no podemos
olvidar que se trata de un recurso abundante pues los silicatos son el grupo de
los minerales que constituyen las rocas y forman más del noventa y cinco por
ciento de la corteza terrestre.
La
arcilla es fácilmente moldeable cuando está húmeda; pero después de ser
calentada y expulsar parte del agua que contenía, se convierte en una sustancia
dura. El producto obtenido dependerá de la naturaleza de la arcilla empleada –el
color rojizo se debe al óxido de hierro-, de la temperatura y de las técnicas
de cocción. En particular, los jarrones, cazuelas, ladrillos y tejas se
fabrican cuando la cocción se hace a temperaturas bajas: entre setecientos y
mil grados centígrados, se evita la fusión del cuarzo de la arena y se impide
que el material sufra vitrificación, en caso contrario, si la temperatura
supera la cota anterior, se obtienen las porcelanas o el gres. La arcilla en
particular y cualquier material cerámico en general es un material inorgánico,
no metálico, buen aislante, que funde a temperatura elevada, que es poco
elástico, presenta gran resistencia y es frágil ante la rotura; los químicos –como
ya habrá deducido el sabio lector- pretenden aprovechar estas características
para sustituir los metales por materiales cerámicos refractarios. ¿Los motivos?
Se consiguen mayores temperaturas y mejora el rendimiento de los motores de
automóviles y aviones. No, no estamos comentando posibles aplicaciones futuras pues
ya se han usado materiales cerámicos para proteger la parte exterior del transbordador
espacial Challenger. ¡Y bien que lo agradecieron los astronautas que iban
dentro!
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