sábado, 9 de enero de 2016

Inteligencia artificial


¿Podrían tener derechos las máquinas inteligentes? Prescinda de la emoción, el lector temperamental, por un momento, y use sólo la razón. No cambia la esencia humana de alguien si le trasplantamos un órgano artificial cualquiera, el corazón, por ejemplo; tampoco si le trasplantamos todas las vísceras: corazón, riñones, pulmones, intestinos... La calificación de humano permanecería inmutable si sustituimos los músculos y huesos. Vayamos ahora a un cambio de piel, es decir, de aspecto; si negamos la humanidad significa que todo se reduce a la fisionomía, si la afirmamos mostramos que no cuenta la apariencia externa. Nos queda únicamente el cerebro, el órgano donde reside la inteligencia, memoria, conciencia, sentimientos y emociones: hemos llegado a la conclusión que la esencia de la humanidad reside en el cerebro. Sigamos con la deducción. ¿Importa entonces que el cuerpo sea orgánico o metálico? Si en el cerebro reside la conciencia, una máquina a la que se le hubiera trasplantado un cerebro sería un ser humano, ¿o no? ¿Dónde falla el razonamiento? Todavía falta dar un paso más. Se prescinde del cerebro, pero toda la información almacenada en él se traspasa a una máquina capaz de comunicarse, ¿no tendría entonces la máquina los mismos derechos que el ser humano original?

En estas y otras reflexiones me había entretenido cuando me enteré que el 7 de junio de 2014 la Royal Society de Londres organizó un concurso: unos jurados debían examinar, de manera anónima y mediante una conversación escrita de cinco minutos, a varias personas y programas informáticos. Los examinadores tenían que adivinar quién era máquina y quién humano. Se trataba de verificar lo que en términos técnicos llamamos test de Turing, una prueba propuesta por el matemático Alan Turing a mediados del siglo XX para demostrar la existencia de inteligencia en una máquina. Eugene Goostman, un programa informático que responde a cualquier pregunta con una naturalidad pasmosa, consiguió que un tercio de los jurados creyesen que era humano. Lo confundieron con un joven nacido en Odessa (Ucrania) hace trece años. Según los organizadores se trata de la primera inteligencia artificial; porque ese era el reto, si una máquina lograba superarlo, significaría que era capaz de pensar. ¿La crítica? El test se fundamenta en la hipótesis de que, si un ser se comporta como inteligente, entonces es inteligente.

¡Ah!, me olvidaba, Goostman fue programado en 2001 y desde entonces ha ido perfeccionando sus habilidades. ¡Bienvenido al mundo, Eugene!

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