¿Podrían
tener derechos las máquinas inteligentes? Prescinda de la emoción, el lector
temperamental, por un momento, y use sólo la razón. No cambia la esencia humana
de alguien si le trasplantamos un órgano artificial cualquiera, el corazón, por
ejemplo; tampoco si le trasplantamos todas las vísceras: corazón, riñones,
pulmones, intestinos... La calificación de humano permanecería inmutable si sustituimos
los músculos y huesos. Vayamos ahora a un cambio de piel, es decir, de aspecto;
si negamos la humanidad significa que todo se reduce a la fisionomía, si la
afirmamos mostramos que no cuenta la apariencia externa. Nos queda únicamente
el cerebro, el órgano donde reside la inteligencia, memoria, conciencia,
sentimientos y emociones: hemos llegado a la conclusión que la esencia de la
humanidad reside en el cerebro. Sigamos con la deducción. ¿Importa entonces que
el cuerpo sea orgánico o metálico? Si en el cerebro reside la conciencia, una
máquina a la que se le hubiera trasplantado un cerebro sería un ser humano, ¿o
no? ¿Dónde falla el razonamiento? Todavía falta dar un paso más. Se prescinde
del cerebro, pero toda la información almacenada en él se traspasa a una
máquina capaz de comunicarse, ¿no tendría entonces la máquina los mismos derechos
que el ser humano original?
En
estas y otras reflexiones me había entretenido cuando me enteré que el 7 de
junio de 2014 la Royal Society de Londres organizó un concurso: unos jurados debían
examinar, de manera anónima y mediante una conversación escrita de cinco
minutos, a varias personas y programas informáticos. Los examinadores tenían
que adivinar quién era máquina y quién humano. Se trataba de verificar lo que
en términos técnicos llamamos test de Turing, una prueba propuesta por el
matemático Alan Turing a mediados del siglo XX para demostrar la existencia de
inteligencia en una máquina. Eugene Goostman, un programa informático que
responde a cualquier pregunta con una naturalidad pasmosa, consiguió que un
tercio de los jurados creyesen que era humano. Lo confundieron con un joven nacido
en Odessa (Ucrania) hace trece años. Según los organizadores se trata de la
primera inteligencia artificial; porque ese era el reto, si una máquina lograba
superarlo, significaría que era capaz de pensar. ¿La crítica? El test se
fundamenta en la hipótesis de que, si un ser se comporta como inteligente,
entonces es inteligente.
¡Ah!,
me olvidaba, Goostman fue programado en 2001 y desde entonces ha ido
perfeccionando sus habilidades. ¡Bienvenido al mundo, Eugene!
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