No
conozco nada más pequeño y esquivo en el universo que los diminutos neutrinos.
Pequeños porque mil millones de ellos –más o menos- se necesitan para que su
masa se asemeje a la del electrón; y esquivos porque interaccionan con la
materia tan débilmente que la Tierra resulta para ellos más transparente que
una fina lámina de vidrio para la luz; dicho con otras palabras, unos sesenta y
seis mil millones de neutrinos atraviesan cada segundo un centímetro cuadrado de
mi piel y no me percato de ello.
Saltemos
de lo diminuto a lo gigantesco. La explosión de una estrella no tiene parangón
en la naturaleza; durante los primeros diez segundos una supernova emite diez mil septillones de julios, una energía
que centuplica la que el Sol radiará en toda su vida. Pese a la aparente
sencillez de la idea básica: una implosión libera energía gravitatoria que expulsa
a la materia, los pormenores del fenómeno no acaban de conocerse; y eso se debe
a que las estrellas se regulan por sí mismas, permanecen estables durante
millones e incluso miles de millones de años: resulta harto difícil que estalle
una. Sin embargo, lo hace; al final de su vida, el núcleo de una estrella muy
masiva contiene sobre todo hierro, el residuo de la quema de su combustible;
pero el hierro no sufre reacciones, no genera calor por lo que la material que
lo rodea se desploma. Superada esa fase, los sucesos se precipitan: en un
segundo, el núcleo colapsa y forma una estrella de neutrones; al rebotar el
material que se contrae en la estrella de neutrones se genera una onda de
choque, que es empujada hacia afuera por los neutrinos que manan de la estrella
recién creada. La onda de choque (similar a la que produce una mundana
explosión de pólvora) barre la estrella entera, la revienta y es responsable
del efecto óptico que observan los astrónomos. Los aproximadamente diez mil
nonillones de diminutos neutrinos que escapan portan una energía gigantesca:
multiplica por treinta mil la energía luminosa de la supernova y por entre
doscientos y trescientos la energía que lleva la materia procedente de la explosión.
No
lo dudan los astrónomos: los minúsculos neutrinos producen la titánica
explosión que vuela una estrella e ilumina una galaxia entera. ¡Cuesta creerlo!
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