sábado, 14 de marzo de 2015

Discos astronómicos


            Las estructuras con forma de disco abundan en el universo. Los anillos de Saturno son una elegante muestra cercana, pero hay más: no hay planeta gigante del sistema solar que carezca de anillos. Los planetas de nuestro sistema solar se mueven alrededor del Sol en el mismo sentido –contrario a las agujas del reloj- y casi en el mismo plano: es una prueba de que los planetas se forjaron en un disco cuyo gas y polvo giraba alrededor de un Sol primigenio. Hay discos similares alrededor de muchas estrellas jóvenes, que apellidamos protoplanetarios porque se asemejan al que originó nuestro sistema solar. También sospechamos que se generan discos alrededor de los agujeros negros supermasivos (contienen la materia de mil millones de soles), discos de acreción en cuyo interior el gas se mueve en espiral hacia el centro de la galaxia. Y todavía existen estructuras discoidales mayores: galaxias espirales como nuestra Vía Láctea.

            ¿Por qué abundan estas formas? Los objetos que giran están dotados de momento angular, una magnitud que depende de la velocidad de rotación y de la distribución de la materia alrededor del eje de giro (cuanto más alejada del eje, mayor momento). Se trata de una magnitud fundamental para analizar cualquier objeto que rote porque, al igual que la energía, su valor permanece invariable durante el movimiento; recordemos al patinador sobre el hielo que cierra o abre los brazos para girar más o menos rápido. En la invariabilidad del momento angular estriba la razón de la abundancia de los discos: la rotación impide que la gravedad los destruya. Pensemos en una gigantesca nebulosa que colapsa debido a su gravedad y tengamos presente que cualquier agregación de materia rota. A medida que la nube se contrae, la conservación del momento angular fuerza a que la rotación del gas y polvo se vuelva más rápida; por ello la materia de la región ecuatorial de la nube se desplazará hacia el interior cada vez más lentamente. Imaginémonos en un tiovivo que gire peligrosamente deprisa; sin sujetarnos probablemente seamos arrojados hacia afuera, no cabe duda, la rotación estorba el movimiento hacia adentro. ¡Pues eso! La nebulosa se convierte en un disco sostenido por la rotación.

Deje ahora la lectura y, si está la noche despejada, levante el estudioso lector la vista al cielo. ¿Ve la Vía Láctea?, ¿contempla la brumosa banda de luz procedente de cientos de miles de millones de estrellas? Está observando una prueba que muestra que nuestra galaxia también tiene forma de disco.

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