Enciendo
mi equipo de música y, relajadamente sentado, espero a que el bel canto de
Luciano Pavarotti llegue a mis oídos; lo hace a través de dos caminos: por vía
directa y por vía reflejada en las paredes, el suelo o el techo de la
habitación. Aclaro –al lector confuso- el significado de absorber y reflejar: cualquier
sonido que llega a una gran ventana abierta la atraviesa: la ventana absorbe
todo el sonido, nada refleja; por el contrario, un grueso, liso y pintado muro de
hormigón, sería el equivalente acústico de un espejo: refleja todo, nada absorbe.
Continúo con la disertación: cuando el sonido reflejado es inteligible como segundo sonido le llamo eco, pero cuando lo oigo juntamente
con el original le denomino reverberación. ¿Y cuando sucede uno u otro
fenómeno? Para que mi oído perciba dos sonidos como diferentes, deben llegar al
tímpano con una diferencia de más de una décima de segundo, aproximadamente, si
la diferencia es menor el oído interpreta como uno lo que en su
origen eran dos (persistencia acústica); deduzco que, para que se perciban los dos
sonidos como distintos, la diferencia entre el recorrido directo y el
reflejado debe de ser superar los treinta y cuatro metros (es la distancia que
el sonido recorre en cada décima de segundo). Tenemos entonces que, por encima
de diecisiete metros de separación entre una pared y yo (diecisiete de ida y
otro tanto de vuelta suman treinta y cuatro), escucho el eco; por debajo de esa
distancia, detecto la reverberación.
El
sonido, al ser absorbido por las paredes y el aire de un local cerrado, decae
lentamente hasta que deja de ser oído después de un gran número de reflexiones;
los expertos miden el tiempo que tarda la intensidad sonora en disminuir cierta
cantidad desde que se enmudece la fuente emisora: lo llaman tiempo de
reverberación y recibe una consideración especial en el diseño arquitectónico
de los salones de conciertos; porque la reverberación, al modificar el sonido
original, mide la calidez acústica de la sala, dicho con otras palabras, nos
informa de la suavidad y melosidad de la música. El melómano la notará en las salas
grandes y poco absorbentes y apenas la apreciará en las salas pequeñas y muy
absorbentes.
El
río corre rumoroso por la vega, a su orilla silban los pájaros y croan la
últimas ranas de la tarde… melancólicamente rememoro los sonidos que alegran al cansado caminante.
2 comentarios:
Estimado amigo:
No sé cuáles son las mejores salas de conciertos del mundo pero las que voy a citar están entre las mejores (si eres melómano seguro que podrás indicarme otras que son igual de buenas o mejores que éstas): seis europeas: Grosser Musikverein (Viena, Austria), Berlin Philharmonie (Alemania), Culture and Congress Centre Concert Hall (Lucerna, Suiza), Bridgewater Hall (Manchester, UK), Philharmonie de Paris (Francia), The Sibelius Hall (Lahti, Finlandia); dos americanas: Boston Symphony Hall (USA) y Sala São Paulo (Brasil); una en Oceanía Christchurch Town Hall Auditorium (Nueva Zelanda) y una asiática: Tokyo Opera City Concert Hall (Japón).
Saludos
Estimado amigo
Este blog es de divulgación científica, no de música. Aun así, no rehuyo la contestación: según los entendidos, las mejores sopranos actualmente son Anna Netrebko, Renée Fleming, Diana Damrau y Sondra Radvanovsky; sin embargo, mi soprano preferida es María Callas.
Saludos
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