sábado, 18 de enero de 2014

El agua y los paisajes


Hay mucha agua en la superficie de nuestro planeta: mil trescientos ochenta y seis millones de kilómetros cúbicos. Forma los océanos, donde se originó la vida y donde habitan multitud de criaturas; los casquetes polares que cubren el Ártico y la Antártida son agua sólida; usamos las aguas subterráneas como fuente de agua dulce; hallamos el líquido por excelencia en la atmósfera y en muchos fenómenos meteorológicos; en las riberas de los grandes ríos comenzó la civilización; y hasta los seres vivos son en su mayor parte agua.

El lector culto, sin duda, reconocerá la crucial importancia del agua en la biología, pero quizá no le atribuya la misma trascendencia en la geología de nuestro planeta; comentaré tres propiedades aparentemente inocuas del agua que muestran su importancia. La densidad del hielo no es mayor que la del líquido, como suele ocurrir con todos los sólidos, sino menor: por esa razón los icebergs flotan y por eso, cuando el agua líquida infiltrada en los huecos de una roca se hiela, aumenta su volumen (en vez de disminuir, como hacen los otros sólidos), y con ello rompe las rocas; primer paso de la erosión que suaviza montañas, crea valles y forma llanuras. ¡Quién lo iba a decir! Comienzo hablando de la densidad y acabo desmenuzando rocas.

El valor extraordinariamente grande de calor específico del agua nos indica que se necesita mucho calor, o sea mucho tiempo, para calentar el agua, y viceversa, que el agua tarda mucho es desprenderse del calor; esto significa que el agua actúa como un colchón térmico: ahora ya sabemos la razón por la que el clima en muchas regiones costeras es estable: el océano amortigua los cambios bruscos de temperatura. De nuevo la sorpresa me inunda el ánimo: comienzo fijándome en la cantidad de calor que calienta el agua y concluyo preguntándome si en tal o cual territorio se podrá cultivar patatas o café.

La viscosidad –recuérdese que es la resistencia a fluir- de la mayoría de las sustancias aumenta cuando la presión sube; con el agua sucede lo contrario, y esta característica aparentemente banal permite que los glaciares se muevan, y que, en consecuencia, se formen los valles con forma de U o los icebergs. Otra vez el pasmo: en un lado contemplo la viscosidad del agua y en el otro vislumbro la tragedia del Titanic.

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