Vivimos
en una época única: durante la segunda mitad del siglo XX hemos empujado la
frontera de la humanidad fuera de la Tierra. Y seguimos haciéndolo: en 2012 el
robot Curiosidad llegó a Marte con una misión apasionante: averiguar si han
existido bacterias marcianas en el pasado y si el planeta puede albergar vida
en el presente.
Marte,
con un tamaño aproximadamente igual al del núcleo terrestre (la décima parte de
la masa de la Tierra), con un tercio de nuestra gravedad y un día similar (lo
sobrepasa algo más de media hora), es un ejemplo de planeta en las etapas
finales de su evolución, y como tal, un lugar perfecto para reconstruir una
historia planetaria. Los expertos siguen la pista del agua tras la cual podría
encontrarse la primera biosfera extraterrestre; y por ello tratan de conocer la
historia climática. Por lo pronto saben que su atmósfera es tan tenue como la de
la Tierra a cuarenta kilómetros de altura, y que está formada casi
exclusivamente por dióxido de carbono (el noventa y cinco por ciento); también
han hallado abundantes huellas de agua, que fluyó en un pasado lejano por toda
la superficie, posiblemente durante millones de años.
En
el pasado, los científicos querían llegar a las llanuras marcianas, lugares
planos donde los aparatos no sufrieran daños; ahora quieren ir a parajes sinuosos,
porque las cuestiones sobre vida y los cambios climáticos del pasado sólo
pueden estudiarse en las rocas y, para encontrarlas, es necesario ir a las
montañas. El Curiosity ha sido enviado al interior del cráter Gale, porque allí
hay sedimentos que probablemente se acumularon debido a la existencia de agua abundante.
Después
de recorrer quinientos sesenta y siete millones de kilómetros en ocho meses y
diecisiete días, un robot del tamaño de un automóvil pequeño -novecientos kilos-
se posaba delicadamente en Marte. El propio robot gobernaba el aterrizaje: una
hazaña; la Tierra y Marte están tan lejos (doscientos cincuenta millones de
kilómetros) que los controladores humanos no podían intervenir en la maniobra porque
las comunicaciones de radio se retrasan catorce minutos.
La
curiosidad por saber si existe vida marciana es una de las razones más nobles
para viajar. Escéptico lector, la curiosidad que movió a Ibn Batuta, Marco
Polo, Zheng He, Cristóbal Colón, Fernando de Magallanes, James Cook, David
Livingstone, Roald Amundsen y Neil Armstrong nos sobrevivirá. La curiosidad,
como la semilla, yacerá en el polvo y se pudrirá, sólo para germinar nuevamente
en los tiempos y lugares más inesperados.
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