El
observador contemporáneo que contemple el cielo a primeros de septiembre podrá
ver la reaparición de Sirio -la estrella del perro- por el horizonte matutino después
de medio año de invisibilidad; hace cinco mil trescientos años, la hubiese divisado
durante el solsticio de verano (nuestro veintiuno de junio). Trasladémonos, con
la imaginación, a aquella lejana época: precediendo a la salida del Sol, una
estrella refulgente aparece antes del amanecer coincidiendo con el desbordamiento
del Nilo, el río que devuelve la vida a la tierra reseca: para los antiguos
egipcios tenía que ser una manifestación divina.
Sirio,
en la constelación del Can Mayor, la estrella más brillante del cielo, no es
una, sino dos estrellas. Sirio A, visible con el ojo desnudo y la quinta estrella
más cercana al Sol, es una estrella blanca normal (técnicamente diríamos de la
secuencia principal); fijémonos en su compañera, Sirio B, es una enana
blanca. Los astrónomos conocen su presente: tiene una densidad altísima, debido
a su masa similar al Sol y a su tamaño comparable a la Tierra; y su pasado: cuando
una estrella de masa baja o intermedia (menor que ocho o diez soles) acaba su
combustible, se expande convirtiéndose en una gigante roja; a continuación, su
núcleo se comprime –forma una enana blanca-, y expulsa su envoltura, que engendra
una nebulosa planetaria. Como la enana blanca recién formada no produce
energía, se enfría y su débil luminosidad disminuye poco a poco hasta que cesa
de emitir radiación; se vuelve entonces una enana negra; sin embargo, lo hace
tan lentamente que no ha habido tiempo suficiente -desde el Big-Bang- para que
el universo albergue una de ellas.
Recuperemos
el hilo del relato. ¿Por qué no colapsa la estrella al acabar su combustible? Al
comprimirse por acción de la gravedad, la distancia entre sus partículas disminuye
hasta que se alcanzan densidades de una tonelada cada centímetro cúbico: una presión
desconocida detiene entonces el colapso. Según una ley física resulta imposible
que dos electrones cualesquiera tengan exactamente la misma energía; por ello,
si la materia se comprime extremadamente, mientras que la energía de algunos
electrones permanece baja, la del resto sube, lo que comporta una presión adicional
que los separa. Esta presión -de degeneración electrónica-, que estabiliza las
enanas blancas, es radicalmente diferente de la presión térmica habitual que
mantiene estables a las estrellas normales.
¿Recuerda
el lector despistado que hizo hace ocho años y siete meses? ¡No importa! Sepa
que en aquella época Sirio emitió la luz que hoy ve.
1 comentario:
Estimado amigo
Si la materia está muy comprimida (como sucede en las enanas blancas), mientras que unos electrones ocupan los estados de baja energía, muchos otros electrones deben colocarse en los estados de alta energía; esta obligación implica una presión adicional, que depende únicamente de la densidad de la materia.
Se trata de una presión (cuántica) que en nada se parece a la presión habitual a la que estamos acostumbrados.
Saludos cordiales
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