sábado, 12 de enero de 2013

La ecolocación de los delfines

La hora, el mediodía de un soleado día de invierno. El lugar, un cabo que, entre la ría de Pontevedra y la de Vigo, mira hacia las islas Cíes. Apenas unos metros de donde el meditabundo escritor contempla el océano, un delfín rompe la azulada superficie marina, después otro y otro más, una manada de decenas de alegres cetáceos cruza delante del maravillado observador.

Los seiscientos ejemplares de arroaces (delfines mulares) que habitan en las Rías Bajas gallegas son la comunidad más numerosa del suroeste europeo; carnívoros que usan variadísimas técnicas de caza, se califican entre las especies vivas más inteligentes. Como otros cetáceos, los delfines utilizan una amplia gama de sonidos para comunicarse, orientarse y cazar sus presas: frecuencia modulada, ráfagas de impulsos y clics. Para los humanos que oímos sonidos cuya frecuencia se encuentra entre veinte y veinte mil hertzios, el universo auditivo de las marsopas (delfines) resulta inimaginable: perciben ondas sonoras cuya frecuencia se halla comprendidas entre ciento cincuenta y ciento cincuenta mil hertzios, lo que significa –no lo olvide el sorprendido lector- que oyen ultrasonidos, inaudibles por nosotros.

Cierto que nuestra capacidad para captar y emitir sonidos permitió que apareciese el lenguaje simbólico y con él la conciencia; pero nosotros obtenemos información sobre el ambiente, sobre todo, con la vista; no hacen lo mismo los delfines, se sirven de un órgano con forma de huevo -el melón-, que se encuentra en su frente y forma parte de su aparato nasal, para la ecolocación. Los delfines pueden emitir breves ráfagas de impulsos sonoros –clicks-, y captar los ecos reflejados por el ambiente; su interpretación y análisis les proporciona información sobre la forma, velocidad, distancia y dirección de los objetos del entorno; esta capacidad les facilita una precisa localización de los objetos y otorga a estos animales un sistema sensorial único en el océano.

Los humanos hemos aprendido a producir y recibir infrasonidos y ultrasonidos, ambos inaudibles; y sabemos que el alcance de los primeros (su frecuencia es inferior a la mínima audible por un humano) es muy superior a los sonidos. A nadie extrañará, por tanto, que ya se usen sonares activos de baja frecuencia, cuyo alcance llega a decenas de kilómetros, y que emiten a una intensidad relativa de doscientos decibelios (cien millones de veces superior al límite humano del dolor). No se ha confirmado, pero probablemente estos infrasonidos desorienten o maten a las ballenas: espero que el lector compasivo se haya conmovido.

2 comentarios:

C. Armesto dijo...

Estimado amigo

1º El sonar activo consta de un emisor de sonido y un receptor. El sonar pasivo detecta sin emitir.
2º Probablemente los emisores de sonido confunden a los animales que usan ecolocalización; y por eso se desorientan y encallan.
3º Después de maniobras militares en las Islas Canarias (2002) se observaron ballenas encalladas que mostraban lesiones por burbujas de gas (indicativas de síndrome de descompresión): un artículo en la revista Nature (2003) planteó la hipótesis que las emisiones de sonar eran la causa del fenómeno.
4º Bahamas (2002): pruebas con el sonar, hechas por la Armada de Estados Unidos, provocaron la encalladura de diecisiete ballenas. Se demostró que las ballenas muertas habían sufrido hemorragias internas inducidas por el sonido.

Saludos de Epi

C. Armesto dijo...

Estimado amigo

Con intensidades relativas de sonido audible de 170 decibelios (o lo que es lo mismo cien kilovatios cada metro cuadrado de intensidad) puede romperse el tímpano humano; con 130-140 decibelios se produce dolor.

Saludos
Epi