El
observador que se detenga a contemplar el cielo durante una noche despejada
hallará, encima de su cabeza, una mancha lechosa: es la Vía Láctea, nuestra
galaxia. Describiré nuestro vecindario estelar en breves pinceladas: se trata de
un inmenso conjunto de más de doscientas mil millones de estrellas que tiene la
forma de un disco gigantesco, tan enorme, que la luz tardaría cien mil años en
atravesarlo longitudinalmente pasando por el centro, o doce mil años si hace la
travesía en dirección transversal. Nosotros nos localizamos -en el disco- a
mitad del camino al centro galáctico, aproximadamente.
El
Sol, acompañado de los planetas, describe una trayectoria con forma de hélice
alrededor del centro de la galaxia; tres movimientos constituyen
la hélice. El movimiento más largo y rápido -cada segundo recorre doscientos
diecisiete kilómetros- consiste en una órbita más o menos circular alrededor
del núcleo galáctico; órbita singular porque nos movemos hacia el norte
terrestre: considere el astuto lector que el plano que contiene al sistema solar
está inclinado casi noventa grados respecto al plano de la Vía Láctea. Un dato
más: el sistema solar completa una vuelta a la galaxia cada doscientos
cincuenta millones de años, quizá algo menos (un año galáctico). Detengámonos
un instante para valorar la magnitud de este tiempo: si usáramos el año
galáctico como unidad para medir las edades geológicas, diríamos que el Sol tiene
dieciocho años galácticos, hace quince que aparecieron las primeras bacterias en
la Tierra y tres los primeros animales; menos de una milésima de un año
galáctico habría transcurrido desde que apareció el primer humano. El segundo
movimiento del sistema solar consiste en una oscilación -a siete kilómetros por
segundo- hacia arriba y hacia abajo del plano de la galaxia; actualmente nuestro
sistema solar se encuentra a sesenta y siete años luz, por encima del plano,
que atraviesa cada treinta y cinco (o cuarenta) millones de años. El tercer
movimiento, similar al segundo en dirección perpendicular, se trata de un
vaivén –a veinte kilómetros por segundo- hacia el centro y hacia afuera de la
galaxia.
El
lector inteligente ya habrá deducido, igual que los científicos, que nuestro vecindario cósmico podría ser responsable de alguno de los cataclismos periódicos
ocurridos en el pasado en la biosfera: abundan las hipótesis, pero
faltan pruebas concluyentes.
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