¿Cuántos
volcanes, ahora mismo, construyen el suelo que pisarán nuestros nietos? El
Programa de Vulcanismo Global del Instituto Smithsoniano nos proporciona una
contestación. Ahora hay alrededor de veinte volcanes en erupción; cada año,
entre cincuenta y setenta; durante los últimos diez mil años, mil quinientos. Probablemente
haya más: cuatro kilómetros cúbicos de lava emergen anualmente a la superficie
de nuestro planeta, y sólo la cuarta parte de esa cantidad está en los
continentes: nos enteramos de éstas, el resto transcurre en los fondos marinos.
Por cierto, en estas zonas oceánicas la nueva lava aflorada obliga a que los
continentes se separen -dieciocho centímetros cada año en el Pacífico y dos en
el Atlántico-.
Vesubio,
Krakatoa, Kilimanjaro, Popocatépetl, Erebus, existen volcanes en todos los
continentes, ¿alguna vez se preguntó el lector sensato por qué son tan
distintos? Influyen muchas circunstancias. La composición del magma local es
una de ellas: el magma se transforma mientras sube a la superficie; cuando se
enfría, a lo largo del ascenso, cristaliza, y sus gases quedan atrapados entre
los cristales; cuanto más lento sube más tiempo dispone, más se enriquece en gases
y más explosivo se vuelve el magma, “como cuando abres de golpe una botella de
cava". La procedencia del magma constituye otro factor a considerar: el
que se origina en las zonas donde las placas tectónicas se separan, es distinto
del de las zonas donde una placa se introduce debajo de otra; como es lógico, los
magmas creados en la parte superior del manto terrestre difieren de los
formados en la base de la corteza. Un último aspecto debemos tener en cuenta: el
Eyjafjallajökull no contenía magma muy explosivo, sin embargo el glaciar que
cubría el volcán islandés se mezcló con la lava y el resultado de la erupción
consistió en una enorme cantidad de cenizas que paralizó el tráfico aéreo en el
norte de Europa durante el 2010.
Seguro
que al lector prudente le interesará conocer la capacidad predictiva de los
vulcanólogos. Los volcanes son muy complejos y generan señales ambiguas
difíciles de interpretar, por ello, en la mayoría de los casos, es imposible anticipar
con exactitud el momento y el tamaño de una erupción. Nadie adivinó que un volcán
islandés despertaría en 2010, tras dos siglos de calma, y tampoco nadie sabe
cuándo se activará el Teide, en Tenerife. El único remedio consiste en vigilar porque,
como no se cansan de repetir los vulcanólogos, lo bueno de los volcanes es que
avisan.
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