sábado, 19 de febrero de 2011

Neutrinos, humildes protagonistas

     Me encantan las fábulas en las que el más humilde de los personajes acaba adquiriendo el papel protagonista, y esto, aunque sorprenda al ingenuo lector, también sucede en astronomía.

     Los físicos creían saber que el Sol era un enorme reactor nuclear que convierte los núcleos de hidrógeno en helio, y, en el proceso, desprende neutrinos y luz. La teoría resultaba convincente, pero había que comprobarla. A medida que los detectores de neutrinos solares se hicieron lo suficientemente sensibles, los investigadores comprobaron que contaban un número de neutrinos mucho menor que el predicho: o los detectores eran inexactos o la teoría equivocada; en cualquier caso, los físicos se encontraban en un buen aprieto. Antes de nada, fijémonos en la detección, -se dijeron-, porque había un matiz que acabó resultando extremadamente importante: los aparatos sólo observaban una clase de neutrinos de las tres que pueden existir. Si llegase sólo un tercio de los esperados –argumentaron entonces algunos físicos- los dos tercios que faltan se habrían convertido en los otros y, por tanto, no serían detectados. ¿Qué hacer? ¡Construir mejores detectores! Con ellos hallaron que llegaba a la Tierra la tercera parte exacta de los neutrinos esperados. Pero apenas habían resuelto un problema, surgió otro nuevo, porque, para que sucediese la increíble conversión de unos neutrinos en otros, los neutrinos deberían tener una masa… menor que la doscientas millonésima parte de la masa de la partícula más pequeña que existe (un electrón). Los físicos deben medir tan minúscula cantidad para estar seguros de que la teoría es, por fin, cierta: y en esto están.

     Dejemos nuestro entrañable Sol y fijémonos en estrellas más voluminosas. También estas diminutas partículas aparecen como protagonistas de las explosiones más grandiosas que ocurren en el cielo. Las supernovas se producen cuando una estrella gigante agota su combustible, se contrae repentinamente, colapsa y, antes de que la estrella moribunda estalle, reaccionan sus protones y electrones para dar neutrinos que, en diez segundos, se llevan los diez mil increíbles septillones de julios de energía desarrollada por la supernova; sólo un uno por ciento de esa enorme cantidad se transforma en luz radiada y otro uno por ciento, escaso, en energía cinética del material en expansión. Casi toda la energía de la más titánica explosión celeste la transportan las partículas más diminutas: las cenicientas se han convertido en princesas.

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