La
película Avatar no sólo me proporcionó un agradable entretenimiento, sino
también me indujo a reflexionar sobre la viabilidad del control de cuerpos a
distancia. Aclararé, antes de continuar con el relato, que considero imposible gobernar
totalmente un cuerpo ajeno. Expongo mis razones: aún considerando, de una forma
estrictamente reduccionista, que la mente humana no es más que una decena
aproximada de billones de bits de información, no concibo una manera de
transmitir esa información de un cuerpo a otro. Descartado un cuerpo, sí
considero posible que una persona pueda llegar a controlar mentalmente a una
máquina. Y, aunque parezca ficción, en esta tarea trabajan los científicos; como
la medicina carece actualmente de medios para reparar las roturas de la médula
y las lesiones cerebrales, pronostican que, en un futuro, las neuroprótesis -o
interfaces cerebro-máquina- constituirán la opción más viable para que los
afectados recuperen el movimiento.
Miguel
Nicolelis y John Chapin diseñaron ingeniosos experimentos con ratas y monos
cuyo cerebro se hallaba conectado con hilos eléctricos a un ordenador; y,
aunque cueste creerlo, les enseñaron a dominar brazos robotizados con la
imaginación. ¡Ni más ni menos! Cuando los animales imaginaban que manipulaban
una palanca con una de sus patas recibían un premio. En el año 2000, Belle, una
monita nocturna, accionó por primera vez, un brazo robótico articulado a mil
kilómetros de distancia mediante el pensamiento. Precisemos: esta proeza resultó
posible merced a unos hilos que se implantaron en la corteza motora del animal,
y a unos algoritmos capaces de traducir la actividad eléctrica de las neuronas
cerebrales en órdenes que controlaban los dispositivos mecánicos. Si el cerebro
de un ser vivo –escribieron los autores- puede manipular con precisión brazos
robóticos, a pesar de los fallos informáticos, del ruido eléctrico de fondo del
laboratorio o de los errores en la transmisión, cabe la posibilidad de que,
algún día, una persona controle auténticas extremidades humanas de una forma
útil.
Ensayar
interfaces cerebro-máquina en seres humanos todavía pertenece al futuro, pero
imaginen las ventajas: los mancos y cojos podrían gobernar con la mente una
prótesis robótica o los paralíticos recobrar el uso de sus miembros. Necesitarían
únicamente contar con la corteza cerebral motora intacta; porque los
investigadores ya han demostrado que el cerebro integra realmente el brazo
robótico en sus representaciones mentales del cuerpo: el cerebro representa el
dispositivo artificial como si fuera una parte más de su cuerpo. El escritor,
al saberlo, se ha quedado pasmado.
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