Leía con
deleite al poeta Luis Rosales: “Hacer la antología del Siglo del Oro es, ante
todo y sobre todo, resucitarlo, poner en pie de nuevo los vicios y los sueños
de los hombres más representativos; sus apetencias y sus virtudes; sus
tahurerías y sus costumbres; sus casas de dos pisos, sus alcobas, sus
desafueros y sus fueros; sus trajes y sus coches, sus amor a Dios, su sexo y
sus palabras.” Desbocada la imaginación -reflexione-, ¿por qué no resucitar también
los odios y amores atómicos? El magnetismo es
una de las fuerzas naturales más interesantes. Y debe esa cualidad a que
ninguna sustancia permanece indiferente ante él. Todos los cuerpos se sienten o
atraídos o repelidos, no existe término medio. Los físicos, siempre prosaicos,
llaman diamagnéticas a las sustancias que odian, quiero decir repelen, al
magnetismo y paramagnéticas a las amantes. Resulta relativamente fácil describir
las características de unas y otras. Todas las sustancias están formadas por
átomos y moléculas, pues bien; si el número de electrones que contienen es
impar nos hallamos ante un amante, así de sencillo. ¿Y si el número es par? El
asunto se complica. Nos tenemos que fijar en los emparejamientos electrónicos.
Si todos los electrones se hallan emparejados la repulsión abunda por doquier, necesitamos
encontrar electrones solitarios para que surja la atracción.
Aún podemos hallar dos variedades más de
comportamientos magnéticos. Existen los amantes apasionados, en los que, como
no podía ser de otra manera, la atracción por el magnetismo es muy superior a
la normal, sustancias a las que los físicos bautizaron con el extraño nombre de
ferromagnéticas. Escasean, pero alguna hay: ahí está el hierro cuando se
comporta como un imán. También hay odiadores perfectos. Odian tanto al
magnetismo algunas sustancias que impiden que penetre en su interior. Aunque
parezca increíble los científicos han conseguido preparar en sus laboratorios
sustancias con estas características a las que llaman superconductoras. Desgraciadamente,
por ahora, estos compuestos sólo presentan tan fatal comportamiento cuando se
encuentran a temperaturas muy por debajo de los cien grados bajo cero, pero
esperen un poco y verán. Todavía me queda por señalar una propiedad inesperada;
es tan potente la fuerza del odio magnético que podemos aprovecharlo: los
ingenieros ya han construido trenes que, en vez de ruedas, se sustentan en la
repulsión entre imanes. ¡Qué maravilla! Usar el odio para beneficio de la
humanidad. ¡Qué bueno es el conocimiento!
1 comentario:
Estimado amigo
La alta temperatura a la que se refieren los superconductores de alta temperatura es una temperatura superior a la temperatura de ebullición del nitrógeno (77 K = -196 ºC). Creo que la mayor temperatura alcanzada hasta la fecha para un superconductor es -135 ºC (= 138 K). Como es evidente todavía se trata de temperaturas muy bajas.
Saludos
Epi
Publicar un comentario