Indagar
en el pasado -pensará el ingenuo lector- es labor de ineficaces eruditos
quienes, a falta de un trabajo productivo, entretienen su ocio o justifican su
sueldo con inútiles menesteres. No argumentaré sobre la utilidad del
conocimiento para el bienestar física e intelectual de la humanidad, sí diré,
en cambio, que la aparentemente inservible sabiduría nos depara curiosas
sorpresas como la que sigue.
Hace
cincuenta y cinco millones ochocientos mil años, y mira que ha pasado tiempo
desde entonces, súbitamente aumentó la temperatura media de la superficie
terrestre en seis grados, un suceso que los científicos bautizaron con el
extraño nombre de PETM (iniciales de Paleocene-Eocene Thermal Maximun). ¿Qué
sucedió entonces en el planeta? En apenas veinte mil años –muy poco tiempo en
términos geológicos- cambió bruscamente el clima, ni más ni menos. El
acontecimiento tuvo dramáticas consecuencias: se extinguieron multitud de
microorganismos marinos, y se podó el árbol de los mamíferos hasta dejar los
linajes contemporáneos. ¿Tiene algún interés para nosotros estudiar sucesos tan
lejanos? Qué nos puede importar bicho más bicho menos, alegará algún ingenuo y
algo egoísta contemporáneo. Los paleontólogos, siempre curiosos, han intentado
identificar al autor del desastre. Después de arduos trabajos han encontrado
que una intensa actividad volcánica, que calentó los océanos, podría ser la
causante del desafuero. Si el agua está más caliente mejor, pensará alguno,
baños en cualquier época del año, más turismo... Ignoremos quien tan simples
opiniones tiene y preguntemos por los datos. Resulta que en los sedimentos de
los fondos oceánicos actuales existen grandes cantidades de compuestos de
metano -apellidados clatratos de metano- y que el aumento de la temperatura del
agua marina provoca la liberación repentina del gas; sucede entonces que llega
a la atmósfera metano suficiente como para elevar la temperatura cinco grados,
porque, no debemos olvidar, el metano provoca un efecto invernadero más potente
aún que el dióxido de carbono.
Tan
pronto se descubrió el fenómeno, los climatólogos se preguntaron si el
calentamiento contemporáneo podría provocar la liberación repentina de grandes
cantidades de gas natural (cuyo componente principal es el metano) de los
depósitos marinos. Las respuestas a las que llegaron no deben ser muy
optimistas pues decidieron llamar al fenómeno fusil de clatratos. Nombre bélico
apropiado, acaso porque las consecuencias para la humanidad, de producirse,
serían tan horrorosas como una gran guerra, quizá peores.
1 comentario:
Estimada amiga:
Es cierto que cada vez el Ártico contiene menos hielo y la Antártida tiene más hielo; por lo que, para quienes hacen análisis cualitativos parece que ambas tendencias se neutralizan. Sin embargo, para los científicos no son suficientes las razones cualitativas, se necesitan, además, medidas cuantitativas. Y ellas marcan la diferencia. El Ártico ha perdido un promedio de 53.870 kilómetros cuadrados de hielo marítimo al año desde el fin de la década de 1970 hasta la actualidad (2014); mientras que la Antártida ha ganado un promedio de 18.900 kilómetros cuadrados por año.
Conclusión: la Tierra globalmente está perdiendo hielo del mar.
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