Le tengo una simpatía especial a los
metales vanadio, wolframio y platino; se debe a que, entre las aproximadamente ocho
decenas de elementos químicos no radiactivos que existen en la naturaleza,
únicamente ellos fueron descubiertos por científicos españoles. Ya conocía la
química del vanadio, pero quise saber más sobre dos elementos que pertenecen a
su misma familia,
dos raros metales de exótico nombre. Hace unos días encontré,
en un artículo de una revista científica, sus peculiaridades físicas y sus
propiedades químicas, me informé sobre las características de su
comportamiento, imaginé sus utilidades y averigüé la manera de obtenerlos
puros; confieso que, de pronto, me inundó el estupor cuando, en medio del
estudio químico del niobio y el tantalio, se me coló desvergonzadamente una
infame contienda. La guerra del coltan (que así se llama la mezcla de los dos
minerales, de la que se extraen los metales), también llamada la Gran Guerra
Africana, fue el conflicto humano más mortífero después de la Guerra Mundial:
tres millones ochocientos mil cadáveres se pudrieron en la cuenca del río Congo
entre los años 1998 y el 2003.
Para
muchos lectores coltan será una palabra extraña; no es para menos, se trata de
la combinación de dos vocablos, que nombran a sendos minerales: la columbita y
la tantalita, óxidos de los que se extraen el niobio y tantalio. Si añadimos
que el ochenta por ciento de las minas se hallan en el Congo y que su precio
quintuplica el de los diamantes industriales comenzamos a entender las infames
causas de la Gran Guerra Africana.
¿Y a qué
se debe -se preguntará el sorprendido lector- el desmesurado valor de este
mineral? A que el coltan es escaso, y a que se trata de una sustancia
imprescindible para la fabricación de componentes de las nuevas tecnologías.
Concretamente, el niobio se usa para la manufactura de micromotores y para la
construcción de potentes imanes; la capacidad del tantalio para soportar, sin
alterarse, condiciones extremas lo habilita para la elaboración de condensadores
exactos, pequeños y fiables; uno, otro o ambos resultan indispensables para la
fabricación de los teléfonos móviles, los ordenadores, las pantallas de plasma,
las cámaras digitales, los videojuegos, las armas inteligentes, los implantes
médicos, accesorios de la industria aeroespacial y dispositivos de levitación
magnética. Nada más, nada menos.
El
autor, satisfecho ciudadano de la Unión Europea y habitual usuario de las
nuevas tecnologías, confiesa sentir una enorme vergüenza.
1 comentario:
Estimado amigo
No sé a qué crisis te refieres, porque el planeta tiene crisis continuamente. Tal vez te refieras a las crisis humanas, a las guerras. No conozco ninguna época en toda la historia de las civilizaciones (pongamos los últimos cinco mil años) en los que no haya habido guerras: el racismo, la tortura, las violaciones o el genocidio fueron normales (como construir pirámides con cincuenta mil cráneos, también hacer la guerra como una manera de lograr prisioneros, comérselos y mejorar la alimentación). La extraordinaria mejoría actual se debe a que ahora nos parecen prácticas inmorales, y en aquellas épocas se consideraban aceptables.
Si te referías a una crisis económica, apenas sé de economía, pero te puedo decir que nunca la humanidad ha sido tan rica como actualmente: considera que hace unos pocos siglos los recursos apenas podían mantener el bienestar de unos miles de personas (y para eso a costa de la esclavitud de la mayoría) y ahora más de mil millones tienen una calidad de vida que envidiaría cualquier emperador persa, romano o egipcio. Y mejorando la distribución de la riqueza todos los humanos podríamos tener una calidad de vida digna. Más aún, los datos muestran que, en los últimos cincuenta años, cada vez hay un porcentaje menor de humanos mal alimentados o hambrientos. Sé que durante unos años la coyuntura económica de España va a ser mala, pero eso, desde un punto de vista histórico apenas cuenta, y desde un punto de vista biológico o geológico nada importa. Por más que nos duela.
Estos temas sólo se entienden con una perspectiva histórica; y desde ese punto de vista los medios de comunicación, con su obsesión por la actualidad, no son buenos consejeros. Para apreciar la calidad de vida contemporánea compara el mundo actual (España y Europa incluidas) con el del año 1900. ¿Quiénes vivían mejor, ellos o nosotros? ¿Te dolieron las muelas alguna vez? ¿Mucho? En 1900 tenían que aguantarse. ¿Y los partos? Tener un hijo era jugarse la vida: no existían los antibióticos. ¿Te gusta el sexo? En aquella época no tenían anticonceptivos. ¿Alguna vez te acatarraste? En aquella época podrías morirte de tuberculosis.
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