El escritor conoce la tremenda capacidad
de los humanos para la virtud y la maldad; facultad que queda en evidencia en
las guerras, cuando emerge el lado perverso de nuestra naturaleza. De todas las
armas empleadas por quienes se llaman a sí mismos Homo sapiens, las armas
químicas me parecen excepcionalmente diabólicas. El siglo XX comenzó con
alemanes y franceses gaseándose a conciencia con veneno; y terminó con iraníes
e iraquíes haciendo casi mismo, el casi se debe a que mejoraron la toxicidad
del gas. Reflexionando sobre las causas del lado oscuro de la naturaleza
humana, me di cuenta de que otros animales, además de los vegetales, usan la
guerra química para competir sin cuartel. Plantas como la cicuta o el tabaco
producen sustancias que las defienden de los herbívoros; escorpiones y peces,
arañas o reptiles usan medios químicos para la defensa y caza; no resulta
extraño que, sumergido en la naturaleza, el hombre primitivo conociera
sustancias tóxicas y las empleara en su beneficio. No cambió de usos y
costumbres el hombre moderno. En la actualidad, los químicos, en su búsqueda de
nuevos medicamentos (o de nuevas armas químicas, que de todo hay), centran su
atención en el medio marino. ¿Los motivos? Hay ecosistemas -los arrecifes de
coral- con una densidad de especies superior a la de la selva tropical. En
ellos la competitividad, muy intensa, favorece la supervivencia de quien mejore
continuamente sus medios de defensa y ataque. Los biólogos han recomendado a
los químicos que se fijen especialmente en los animales de cuerpo blando, en
los inmóviles o en los dotados de un movimiento lento, porque la supervivencia
de estos organismos no se fundamenta en la velocidad de natación o en sus
defensas físicas, sino en la generación de arsenales químicos que utilizan para
el ataque y la defensa.
Este inusitado proemio bélico se debe a
que me he enterado de la existencia de un nuevo medicamento; se usa para el
tratamiento del dolor y multiplica por mil la eficacia de la morfina, sin sus
efectos secundarios. Se trata de una de las conotoxinas, familia de sustancias
fabricada por unos moluscos marinos llamados conos. Y se espera comercializar
otras –se han descubierto decenas de miles y ya hay más de un centenar de
patentes-, para el tratamiento del Alzheimer, la esquizofrenia, el asma y la
epilepsia. ¿Quién podía imaginar que el estudio de los arsenales de guerra
química nos proporcionara esperanza?
1 comentario:
Estimada amiga
Los conos son unos animales emparentados con los caracoles que viven en los océanos Índico y Pacífico. El veneno de su picadura contiene neurotoxinas muy potentes, capaces de matar a una persona en breves minutos.
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