El
escritor quedó estupefacto cuando escuchó a un experto español disertar sobre
los virus; el profesor Pallas decía que necesitamos un número con treinta y dos
cifras para escribir la cantidad de virus que existen en nuestro planeta y que,
en un solo litro de agua de mar, pululan diez billones de ellos, nada más y
nada menos; no me atrevo a pensar cuántos penetran en mi boca cuando nado en el
mar. Con semejante número me sorprende sobremanera que la mayoría permanezca
desconocida. Sabía que algunos virus patógenos, como el de la polio o la
viruela, están a punto de ser erradicados de nuestro planeta, pero ignoraba que
ya se han empleado virus, desarmados de sus genes, como vehículos con los que
dirigir genes terapéuticos para el control de enfermedades; que ratones adictos
a la cocaína se han curado de su adición con un tratamiento vírico, o que ya se
han utilizado virus como andamiaje sobre el que crecen cristales, cristales con
los que se construyen nanocables con propiedades electrónicas únicas, y más
baratos que los existentes en el mercado.
Inexplicablemente,
tengo una querencia, quizá algo morbosa, por algunos de los nuevos virus
patógenos que se han descubierto: el Ébola es uno de mis favoritos: se propaga
por la sangre infectada o por el aire, y es tan letal que la propia rapidez con
la que mata a sus víctimas -nueve de cada diez contagiados- se vuelve en su
contra, pues no le da tiempo a propagarse. Estremece pensar que, si se atenuara
un poco y matara más lentamente, podría extenderse por la población y afectar a
millones de personas. Aún nos podemos asustar más: no es el único virus
mortífero que, agazapado en los animales, está esperando para saltar hacia los
humanos; afortunadamente ya conocemos algunos, desgraciadamente desconocemos la
mayoría. ¿Qué sucedería si un terrorista soltara en La Coruña un virus tan
mortífero como el Ébola y tan contagioso como el de la gripe? ¿Y si en vez de
un malvado criminal, fuera un inocente viajero quien trajera del trópico al
desconocido y letal patógeno? Acabo con una nota moderadamente optimista. Como
los virus se alojan dentro de las células, resulta muy difícil eliminarlos sin
matar a la célula huésped; el medio más eficaz para enfrentarse a ellos son las
vacunas y, en algunos casos, los antivirales; si no existen aquéllas y éstos no
son efectivos: ¡qué haya suerte!
1 comentario:
Estimado amigo
Viviendo en un país rico probablemente creerás que las causas de muerte en España o Europa son las que afectan al mundo. Te equivocas. En la Unión Europea las enfermedades cardiovasculares, las cerebro-vasculares y los cánceres, por este orden, son las que causan mayor número de muertos. En cambio si te fijas en África (y piensa que tanto africanos como europeos, somos humanos), cinco enfermedades infecciosas (que entre los europeos acaban con poca gente) son las que matan más personas. Y si te interesan las previsiones que hacen los expertos de la OMS para el año 2030, te diré que las enfermedades que afectan al sistema circulatorio ocupan los dos primeros lugares de la temida lista de las causas de mortalidad global, el Sida ocupa el tercer lugar y las tabacopatías (dañan a los pulmones) el cuarto.
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