Estamos tan habituados a considerar que
los acontecimientos de nuestro pequeño planeta -que suceden a velocidades y
gravedades moderadas- representan la normalidad, que tendemos a pensar que debe
ocurrir lo mismo en otros lugares del universo. ¡Nos equivocamos! Pero
necesitamos de instrumentos muy precisos y de un ingenio muy agudo para
comprobarlo. La teoría de la relatividad es una de esas muestras de ingenio
humano que hasta el más sagaz de lo jugadores del sudoku se queda pasmado,
cuando la comprende. A un científico, llamado Albert Einstein, se le ocurrió
una teoría que, entre otras conclusiones, establece que el reloj de un físico viajero
va más despacio que el reloj de otro físico inmóvil; además, propone una
ecuación para hacer el cálculo de la cantidad exacta del retraso del reloj;
conociéndola, deducimos que, cuanto más se acerque la velocidad del físico
viajero a la increíble cantidad de trescientos mil kilómetros por segundo, se
notará más la anomalía. Esta proposición de la relatividad es tan contraria al
sentido común, que uno no puede dejar de preguntarse si no se trató de un mal
sueño de Einstein. Son tan escépticos los científicos que no creen en la bondad
de una teoría si antes no la someten a una serie de pruebas; y eso hicieron:
situaron cronómetros muy precisos en satélites y comprobaron que el tiempo
marcado por los cronómetros terrestres era distinto del medido en órbita, y en
las cantidades que pronosticaba la teoría; otros científicos prefirieron
emplear unos electrones pesados (técnicamente llamados muones) para hacer las comprobaciones;
estas partículas viven más tiempo (tardan más en desintegrarse) cuando se
mueven, que cuando permanecen en reposo, y justo la cantidad predicha por
Einstein.
Ya
que podemos aceptar como cierta la relatividad, juguemos un poco con ella. Si
un astronauta viajara a velocidades muy altas, su tiempo caminaría más lento,
por lo que, al regresar a la Tierra, podría encontrar que su viaje duró, según
un calendario terrestre, medio siglo, aunque en su calendario sólo hubiera
transcurrido un año. Hagamos un sencillo cálculo, si el astronauta y su cónyuge
tenían ambos treinta años al comenzar el viaje; a su término, el astronauta
tendría treinta y uno y su cónyuge ochenta ¿Se reconocerían al encontrarse? ¿Continuarían
amándose o se divorciarían?
2 comentarios:
Estimado amigo
La vida de un muón es dos microsegundos; pero debes de considerar que los físicos poseen relojes que permiten medir tales minúsculos tiempos sin problema.
Cordiales saludos de Epi
Estimado amigo
Los físicos tienen un número (llamado factor de Lorentz, dependiente de la velocidad a la que se mueve uno con respecto al otro) que les permite calcular cuantas veces ese mayor uno de los tiempos que el otro. Se trata de un número mayor que uno, que aumenta cuanto más se aproxime la velocidad del objeto a la velocidad de la luz en el vacío (trescientos mil kilómetros cada segundo).
Saludos
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