sábado, 26 de noviembre de 2016

Almizcles en perfumes


A leer un erudito artículo sobre la depuración natural de aguas residuales me llamaron la atención las sustancias que, según los investigadores, se resisten a las técnicas habituales de tratamiento: conocía los antiinflamatorios ibuprofeno y diclofenaco, el analgésico paracetamol, el antiséptico triclosán y el bisfenol A que se utiliza en los plásticos, desconocía las propiedades de la sexta sustancia, la fragancia tonalide, a ella me voy a referir.
Con el nombre de almizcle los perfumistas designan a una mezcla de sustancias - la muscona constituye el aroma principal- obtenida de la secreción de una glándula del ciervo almizclero, y no sólo se extrae de él también de otros animales y de plantas como el almizcle común y la madera almizclera. Al pulcro lector probablemente le sorprenderá saber que el almizcle puro tiene un olor tan intenso que resulta casi insoportable, por ese motivo se aplica en dosis muy pequeñas, aun así es un ingrediente de muchos perfumes, porque proporciona intensidad y permanencia a las esencias vegetales.
La lógica protección de los animales afectados casi ha extinguido el uso de los almizcles naturales, que han sido sustituidos por los sintéticos, también llamados almizcles blancos; éstos, mucho más baratos, aportan además un olor dulce y suave. Existe una amplia variedad de ellos. Tanto los nitroalmizcles (almizcle de cetona y almizcle de xileno) como los almizcles policíclicos (tonalide AHTN y galaxolide HHCB) afectan al medio ambiente -son poco biodegradables y muy bioacumulables-, y también a nuestra salud, sobre los primeros caen sospechas de inducir cáncer, los segundos es posible que sean disruptores hormonales; a nadie debe sorprender, por lo tanto, que la Unión Europea haya prohibido algunos. Una tercera clase de almizcles sintéticos, los macrocíclicos procedentes de las plantas y animales, si bien mucho más caros, son menos perjudiciales para la salud humana y el medioambiente.
Al escritor le sorprende que la mayoría, sino todos los productos de cuidado personal –perfumes y colonias-, las sustancias de limpieza doméstica, así como los ambientadores tengan notas de almizcle blanco. Frente a la actitud incrédula que toman muchas personas al enterarse de los perjuicios para la salud que acarrea el uso habitual y prolongado de estos compuestos olorosos no se me ocurre nada mejor que citar una sentencia que ha dejado escrita el poeta Antonio Machado, en  Juan de Mairena:
La verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero.
Agamenón:   -Conforme-.
El porquero: -No me convence-.


sábado, 19 de noviembre de 2016

¿Hay gravedad en la estación espacial?


Hay gente que se anima a saltar desde un puente atado a una cuerda y a esa actividad la califica como deportiva. Aunque no comparto la afición ni la calificación, sí puedo añadir que durante el tiempo de vuelo, los practicantes se hallan en estado de ingravidez, el mismo en el que permanecen los astronautas en órbita; sólo que en el primer caso las condiciones de la caída me parecen más dramáticas… y a menudo lo son para quienes no midieron con exactitud la cuerda que los sostiene.
Antes de contestar a la pregunta del título aclararé qué significa el peso de una persona o de un objeto cualquiera y lo diferenciaré de la masa; la segunda se refiere a la cantidad de materia que contiene un cuerpo, el primero a la fuerza de gravedad con la que lo atrae la Tierra o cualquier planeta; en consecuencia, nuestra masa permanece invariable, aunque nuestro peso en la Luna alcanza la sexta parte que en la Tierra, en Marte el treinta y ocho por ciento y en Júpiter algo más del doble. A pesar de su definición, no es la atracción terrestre lo que cualquiera de nosotros experimentamos como peso, sino la fuerza de reacción del piso, o de la superficie sobre la que nos apoyemos, que contrarresta la fuerza de la gravedad. Hecha la aclaración, ya puedo declarar que existe fuerza de gravedad tanto en la superficie del planeta como en cualquier órbita; concretamente, en la estación espacial, a cuatrocientos kilómetros de altura, la fuerza de gravedad alcanza el ochenta y ocho por ciento del valor en la superficie; para que disminuyera hasta el uno por ciento habría que alejarse sesenta mil kilómetros, algo más de un sexto de la distancia que nos separa de la Luna.
El astronauta que flota tiene peso, es atraído por la gravedad; la dificultad para entender el fenómeno consiste en distinguir entre ausencia de gravedad y sensación de ingravidez. La ingravidez es la sensación que se percibe cuando sólo actúa la fuerza de la gravedad y no hay fuerza de reacción del suelo que la equilibre. ¿Cuándo sucede el fenómeno? En la caída libre, quienes se tiren desde un acantilado, por ejemplo, y también cualquier astronauta que permanezca en una órbita terrestre: el astuto lector ya habrá deducido que cualquier objeto en órbita está en perpetua caída libre hacia el planeta.

sábado, 12 de noviembre de 2016

Disonancia cognoscitiva


Tal vez los humanos no seamos muy racionales, pero tratamos de ser muy coherentes. Cierto, a menudo no nos molestamos en pensar lo que hacemos, pero sí nos preocupa justificar ante los demás y ante nosotros mismos lo que hemos hecho. Una vez tomada una decisión, ya sea en una compra o en una elección moral o política, nos cuesta reconocer que quizá nos hayamos equivocado (sostenella y no enmendalla decían los caballeros antaño y repiten los soberbios ogaño); defendemos nuestra decisión no tanto porque creamos que haya sido la mejor opción, sino porque así nos demostramos a nosotros mismos que somos personas coherentes, nos convencemos que somos sabios y hemos elegido bien. En fin, tratamos a toda costa de quedar bien con nuestros semejantes y de ser capaces de dormir con la conciencia tranquila. Los psicólogos han estudiado este rasgo humano.
En 1957 Leon Festinger introdujo la teoría de disonancia cognoscitiva para explicar las reacciones ante la inconsistencia entre las actitudes y las creencias. Los individuos nos esforzamos por ser consistentes: normalmente no mantenemos actitudes incompatibles (o disonantes), ni nos comportamos en contradicción con nuestras creencias. Más aún, los psicólogos suponen que las personas evitan activamente situaciones sociales o informaciones que probablemente les produzcan disonancia; y cuando existe inconsistencia, la teoría señala que el incómodo estado psicológico incita al individuo a reducirla. “La zorra y las uvas”, fábula VI del libro cuarto de las Fábulas de Félix María Samaniego, ilustra la teoría. Leámosla:
Es voz común que, a más de mediodía,
en ayunas la zorra iba cazando:
halla una parra; quédase mirando
de la alta vid el fruto que pendía.
Causábala mil ansias y congojas
no alcanzar a las uvas con la garra,
al mostrar a sus dientes la alta parra
negros racimos entre verdes hojas.
Miró, saltó y anduvo en probaduras;
pero vio el imposible ya de fijo.
Entonces fue cuando la zorra dijo:
-No las quiero comer. No están maduras.
No por eso te muestres impaciente,
si se te frustra, Fabio, algún intento:
aplica bien el cuento,
y di: no están maduras, frescamente.   
¿Ha entendido el sabio lector cómo resuelve el problema la zorra? Eso es disonancia cognoscitiva, un mecanismo que está detrás de algunas catástrofes militares y de decisiones empresariales que eluden sistemáticamente cualquier información que contradiga su enfoque de la realidad. El fumador contumaz también padece disonancia: como tiene un hábito que sabe insano, inventará justificaciones inverosímiles o minimizará la información médica para solventar su incómodo estado psicológico.

sábado, 5 de noviembre de 2016

El helio y los isótopos


El profano suele asociar isótopos a radiactividad: se equivoca. Aunque abundan los isótopos radiactivos también hay muchos que no lo son, más aún, los átomos que constituyen nuestro cuerpo, el de los animales y las plantas no son radiactivos. Merece la pena saber qué son los isótopos. Todos los átomos de un elemento químico -como el carbono, el hidrógeno, el oxígeno o el hierro- tienen exactamente la misma corteza y carga nuclear, pero la masa de su núcleo puede ser ligeramente distinta; los expertos llaman isótopos a cada una de los átomos distintos del mismo elemento. En resumen, con la excepción de la masa, los isótopos de un elemento son indistinguibles. Olvidaba reseñar que la mayoría de los elementos químicos tienen más de un isótopo, que se le apellida por el número de partículas que contiene su núcleo: el silicio con el que están hechas las rocas, por ejemplo, es una mezcla de tres isótopos, el silicio veintiocho, el veintinueve y el treinta; el uranio doscientos treinta y el cinco y el uranio doscientos treinta y ocho se asemejan tanto que separarlos, y aprovechar el más ligero como combustible nuclear, requiere esfuerzos heroicos.
Como el sagaz lector ya habrá deducido los isótopos de un mismo elemento tienen siempre las mismas propiedades químicas. ¿Siempre? Hay una excepción. ¡Ya son ganas de fastidiar! El helio tiene dos isótopos estables, el helio cuatro - casi todo el helio de la naturaleza- y el helio tres. Ambos isótopos difieren radicalmente en estado líquido; tanto, que las mezclas líquidas de helio tres con helio cuatro se separan espontáneamente a determinadas temperaturas; resultan inmiscibles, como el aceite y el agua. Sorprende a los físicos el distinto comportamiento de los dos isótopos porque, con una corteza electrónica exactamente igual, la única diferencia entre ellos está en la masa del núcleo, un veinticinco por ciento menos el tres que el cuatro. Todavía queda algo por reseñar, ambos isótopos del helio presentan una característica única: se vuelven superfluidos en estado líquido; ahora bien, mientras que el isótopo cuatro lo hace a doscientos setenta y un grados bajo cero, el isótopo tres necesita una temperatura mil veces menor. Y recuerdo que un superfluido carece de viscosidad: fluye interminablemente sin fricción en un circuito cerrado y es capaz de escaparse sin rozamiento a través de fisuras completamente impenetrables para gases o líquidos normales. Quién lo haya visto en un laboratorio apenas dará crédito a sus ojos.