¿Cuánta realidad hay en las películas de ciencia ficción? Quienes disfrutamos con la lectura de los libros de Isaac Asimov, Arthur Clarke, Stanislav Lem o Michael Crichton nos hacemos preguntas como ¿es posible introducir conocimientos en nuestro cerebro como hace la máquina de Matrix? ¿Podríamos aprender sin esfuerzo?
El profesor Takeo Watanabe asegura haber modificado un área cerebral concreta, logrando que una persona mejore su capacidad visual sin ser consciente de ello; dicho con otras palabras, ha introducido conocimientos directamente en el cerebro. El experimento consiste en exponer a individuos a señales visuales capaces de alterar una zona del cerebro muy plástica, conocida como área visual temprana (se localiza en la parte trasera –occipital- del cerebro, donde procesamos las imágenes que proceden del ojo). Las señales se diseñan para que cambien las conexiones neuronales del sujeto receptor y las hagan coincidir con otro patrón; el correspondiente a las conexiones neuronales de otra persona, la poseedora de las habilidades que se quieren aprender. Los investigadores han comprobado que quienes habían recibido los estímulos mejoraron sus habilidades visuales, incluso ignorando el fin del experimento. El aprendizaje visual no es nuevo: quienes trabajan diariamente con animales distinguen caras que para otro sujeto son iguales; lo nuevo consiste en que la visión de algo distinto a las caras permite reconocer las caras mejor. Aclaro que la corteza visual se ha manipulado mediante la tecnología de neuroretroalimentación fMRI decodificado, trabalenguas que significa que ciertos parámetros de la actividad cerebral se modifican usando imágenes por resonancia magnética funcional.
Los resultados de los experimentos sugieren que podría usarse esta técnica para aprender a tocar el violín sin esfuerzo consciente: tal y como contemplamos en la película Matrix. Tal tecnología plantea interesantes problemas morales: nada que objetar si fuésemos capaces de imprimir en nuestro cerebro las habilidades cerebrales para tocar el violín; pero, ¿qué pasaría si nos introdujeran los parámetros de un asesino? Que no se preocupe el atribulado lector: es precipitado afirmar que los resultados del experimento puedan extrapolarse a las áreas del cerebro cognitivas o motoras. Por el momento los expertos se contentan con soñar que, en el futuro, tal vez aprendamos chino viendo durante unos segundos extrañas imágenes en nuestro ordenador; al fin y al cabo, ya hemos comprobado otras veces que la ciencia ficción puede convertirse en realidad.
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