Durante
la última década los médicos han averiguado que la inflamación impulsa
enfermedades mortales como el cáncer, la diabetes, la enfermedad de Alzheimer o
la aterosclerosis. ¿Se trata, entonces, de una enfermedad? Cuando el médico
reconoce los cuatro síntomas: tumor (un bulto, un agrandamiento anormal de una
parte del cuerpo que aparece hinchada), rubor, calor y dolor, su diagnóstico es
inequívoco: inflamación. Y no, no se trata de una enfermedad, sino de una
respuesta del organismo que produce un efecto saludable; la inflamación es una
reacción inespecífica frente a agresiones, que surge tanto con el fin de
destruir al agente dañino, como para reparar el tejido u órgano dañado. Existen
multitud de agentes capaces de producir inflamaciones (fíjese el filólogo
lector en el sufijo itis para reconocerla): no sólo las bacterias, virus,
parásitos y hongos, sino también las radiaciones, el frío, el calor, las
toxinas, los traumatismos o los cuerpos extraños; sin olvidarnos de la muerte
de células o de alteraciones inmunitarias. El problema de la inflamación
consiste en que la defensa se dirige tanto contra los agentes dañinos como
contra los tejidos y órganos sanos, a los que puede lesionar.
Cuando,
por la razón que sea, se inicia la reacción inflamatoria, las hormonas de la
inflamación producidas por ciertas células actúan sobre el conjunto del
organismo con el fin de movilizar los recursos defensivos, entre los cuales se
halla la elevación de la temperatura, el tabicado de la zona lesionada para
aislarla del resto, el aumento de la síntesis de proteínas, la movilización de
los leucocitos defensores y la activación de los fibroblastos reparadores.
Puesto que esta potente defensa puede producir daños, resulta fundamental
mantenerla bajo control; por ello se disparan unas señales químicas que sirven
para terminar el proceso inflamatorio; porque si la inflamación se mantiene un
tiempo prolongado, semanas o meses, se convierte en crónica, -un tipo de
inflamación que también puede empezar de manera progresiva-; coexisten entonces
el daño y los intentos de reparación; en cualquier caso, la inflamación es
responsable del daño de los tejidos en la artritis reumatoide, la
aterosclerosis o la fibrosis pulmonar. Las infecciones persistentes, la
exposición prolongada a tóxicos como el polvo de sílice, la aterosclerosis y
anomalías en el sistema inmunológico entre las que se hallan la artritis
reumatoide, la esclerosis múltiple, la enfermedad de Crohn o el asma bronquial
son las causas habituales de las inflamaciones crónicas. Espero que el lector
aprensivo se haya tranquilizado.
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