sábado, 7 de abril de 2012

El experimento del ultimátum

     Una gema, también llamada piedra preciosa, es un mineral que, por su belleza y perfección, se usa en joyería. El diamante, el rubí, la esmeralda, el zafiro y la amatista se consideraban tradicionalmente las cinco piedras preciosas; y más de un centenar, entre las que se encuentran la aguamarina, la turmalina, el topacio y el ópalo, semipreciosas. Su contemplación le sugiere al escritor dos ideas contrapuestas: la hermosura de la naturaleza y la codicia de los humanos que, tentados por su valor, asesinan; y no se trata de muertes individuales, que ya es bastante, se han desencadenado y se libran guerras por la posesión de minas de piedras preciosas. Probablemente el lector sensible se sienta abrumado por la faceta perversa de la naturaleza humana; abandonémosla y fijémonos en el altruismo.

     En el año 1982 cuatro economistas diseñaron un experimento sencillo, aunque no barato, que ha permitido el estudio cuantitativo de la cooperación en la conducta humana. El experimento se conoce como el juego del ultimátum y en él participan dos jugadores que desempañan papeles diferentes, el proponente y el contestador. El experimentador ofrece una cantidad de dinero a ambos jugadores, por ejemplo, cien euros. El proponente impone el reparto que se le antoje, por ejemplo, ochenta euros para él y veinte para el contestador; pero es éste último quien decide si acepta o rechaza la propuesta de reparto. Si la acepta, cada uno se lleva la cantidad propuesta por el proponente; pero si rechaza la oferta ambos se van con las manos vacías. Si el contestador tuviera una conducta racional y tratara de maximizar su ganancia (axioma de la economía clásica), debería aceptar cualquier oferta, puesto que, rechazándola, estaría perdiendo dinero. Los resultados obtenidos por los experimentadores se alejan mucho del comportamiento racional. Los contestadores no aceptan cualquier cosa: la mayoría rechazan ofertas muy desiguales. Es decir, son capaces de sacrificar ganancias significativas con tal de castigar a un proponente excesivamente egoísta. El comportamiento típico de los proponentes es ofrecer repartos equitativos, o ligeramente favorables.

     En una variante del juego, en la que el contestador no tiene opción de rechazar la oferta, éstas se hacen más desiguales, pero sin alejarse mucho de la equidad. El experimento indica que el motivo de los proponentes para ofrecer repartos equitativos es doble: no sólo muestran empatía con su contrincante, también interviene el temor a que el contestador rechace una oferta muy desigual. En resumen, los criterios de justicia en el reparto priman sobre los de beneficio. ¡Alegrémonos!

4 comentarios:

noon dijo...

Hola Epi;
Creo que a todos nos gustaría el avance del ser humano en aspectos como la justicia, la fraternidad o la conservación del medio ambiente. Yo soy optimista en ese sentido y considero que, en general, la humanidad va mejorando en todas esas facetas.
Pero el "juego del ultimatum" parece que quiere contradecirnos. Es cierto lo que dices en esta última entrada, pero también es cierto que este experimento se realizó en distintas partes del mundo con diferentes resultados. La zona en la cual se apreció una mayor equidad y justicia, por parte de los participantes en el juego, fue la selva del Amazonas. Las poblaciones indígenas de este lugar no aceptaban un reparto que no fuera del 50 %. Y resultados parecidos se consiguieron en zonas "atrasadas" o tribales del planeta. Mientras que los participantes que aceptaban un reparto más desigual eran aquellos de los países más industrializados. Los, en teoría, "más avanzados" del planeta.
¿Progresamos o deberíamos volver a la tribu?
Saludos.

C. Armesto dijo...

Estimado amigo
La vida civilizada existe hace unos seis milenios. Yo también considero que, a lo largo de ese tiempo, los avances sociales superan con creces a los retrocesos. Brevemente expongo los argumentos.
Distingo dos tipos de argumentos: los concernientes a la tecnología y los concernientes a la ética. Respecto a los primeros: eliminamos hasta cierto punto el dolor, curamos muchas enfermedades, y tenemos capacidad para alimentar, proporcionar vestido y vivienda a un porcentaje mayoritario de terrestres. Respecto a los segundos: a cada hombre lo hacemos sujeto de unos derechos (libertad, justicia); sí, cierto que en grandes regiones del mundo se ignoran, pero en otras regiones también grandes se respetan; y debemos recordar que, no hace mucho, toda la humanidad los ignoraba. Hoy, la esclavitud, el racismo, el sexismo, el fanatismo religioso o los prejuicios nacionalistas a muchos nos parecen perversos; no hace mucho tiempo un porcentaje escasísimo de la humanidad pensaba así.

Se me presentan un montón de dudas cuando comparo la vida civilizada (últimos seis mil años aproximadamente) con la vida neolítica (hoy observable en aldeas de agricultores primitivos) o con la vida en el paleolítico (hoy observable en nómadas primitivos). ¿Qué actitud debían tomar los europeos que llegaron a muchas islas de Oceanía y encontraron que los indígenas eran belicosos antropófagos? ¿Respetarlos, ignorarlos, combatirlos? Otra pregunta; ¿un niño indígena de la Amazonia tiene derecho a ser analfabeto?

Cordialmente Epi

Juanito dijo...

Hmmm, un servidor se sentiría muy a gusto con esos resquicios de justicia en el mundo si se le hubiese convencido de ellos. Pero no estoy seguro de que defender el igualitarismo cuando uno es el perjudicado sea lo mismo que defender la "justicia".
Por cada persona que rechaza un reparto desigual en que ella se lleva la menor parte, hay un sujeto que propone ese reparto desigual beneficioso para él.
Hay más formas de explicar las negativas a aceptar los tratos. La envidia y el orgullo son un ejemplo.

Aunque no demasiado gozoso por ello, el comentarista cree que otros experimentos psicológicos, como el de Milgram, exponen de una manera más certera la naturaleza humana

C. Armesto dijo...

Estimado amigo

Hasta no hace mucho tiempo, pongamos un siglo, más o menos, los únicos que discutían sobre la naturaleza humana eran los religiosos o los filósofos. Simplificando quizá exageradamente (espero que no se enfade conmigo algún filósofo): para unos el ser humano era intrínsecamente bueno (Rousseau), para otros esencialmente malo (Hobbes) y todo el debate se basaba en las creencias y razonamientos más o menos afortunados que esgrimían unos y otros. Hoy, afortunadamente, la ciencia (psicología experimental, etología comparada, antropología, teoría de la evolución, teoría de juegos, economía, incluso datos históricos) nos va aportando nuevos datos basados en el método científico, tales como el experimento que acabo de mencionar o el experimento de Milgram que describí en otro artículo, y otros muchos más. De todos ellos podemos deducir la inmensa capacidad para el altruismo (bondad) y la inmensa capacidad para egoísmo (maldad) que poseemos los humanos. Y tienen tantos argumentos para defender su opinión unos como otros.

Consciente de nuestra naturaleza dual, debemos –esta es mi decisión moral- tratar de maximizar la parte buena (altruismo, empatía, tolerancia, justicia) y minimizar la parte mala (egoísmo, odio, crueldad): creo que nos jugamos la supervivencia de nuestra especie. Y como toda decisión moral no tengo argumentos científicos para saber que estoy en lo cierto.

Un saludo afectuosos de
Epi

PD. La conclusión del experimento que relaté se refiera a que los humanos, en muchos casos (el experimento uno de ellos), no tomamos decisiones racionales, sino emocionales. Y no te olvides que tanto el odio como el amor, el altruismo como el egoísmo no son productos de la razón sino emociones.