sábado, 23 de agosto de 2008

Preguntas taimadas sobre la fecundación


Me maravilla la naturaleza: las cámaras fotográficas imitan los ojos humanos, el sonar plagia a los murciélagos, el diseño externo de un submarino remeda la forma de un atún. La anatomía no es la única ciencia biológica de la que podemos aprender. Fijémonos en la citología, concretamente en el óvulo humano, si se une con un espermatozoide, la fusión produce la primera célula de un nuevo ser vivo. En este suceso hay una inusitada propiedad que me llama la atención, trescientos millones de diminutos espermatozoides llegan al aparato genital femenino y compiten ferozmente para entrar en el enorme óvulo, sin embargo, éste sólo permite el paso de uno, inmediatamente después se cierra a cal y canto, como una caja fuerte; y es ésta la característica que quiero resaltar; porque, cuando una pareja humana necesita de la fecundación artificial para tener descendencia, puede presentarse una dificultad si el óvulo reacciona ante la manipulación y se blinda antes de que penetre el espermatozoide. Afortunadamente los humanos hemos soslayado el problema hábilmente; con una aguja extraordinariamente fina atravesamos el blindaje e introducimos el espermatozoide dentro del óvulo y éste, ¡el muy torpe! no percibe la diferencia. ¡Ya hemos conseguido la primera célula de un nuevo ser vivo!
El engaño a la naturaleza nos plantea un dilema moral. Un médico busca solucionar la esterilidad de una pareja cuyos óvulos y espermatozoides son perfectamente normales. En un tubo recoge los tres mililitros aproximados de una eyaculación del hombre en el que van unos trescientos millones de espermatozoides. Con una larga aguja atraviesa el abdomen de la mujer y toma varios óvulos de su ovario. En su laboratorio coloca varios óvulos (quiere estar seguro del éxito) en el mar de espermatozoides: posteriormente comprueba que unos han sido fecundados y otros no. Coge uno de los fecundados, lo implanta en el útero y espera a que se convierta en un hermoso bebé. Mi ladina pregunta es la siguiente. Han sobrado varias decenas de óvulos fecundados. ¿Qué debe hacer el médico con ellos? ¿Destruirlos? ¿Conservarlos? ¿Esa primera célula embrionaria es un ser humano? Que nadie olvide que una contestación afirmativa puede convertir la destrucción en asesinato. Y una pregunta lleva aparejada otra. ¿Cuándo un embrión comienza a ser humano? ¿En el momento de la fecundación? ¿Cuándo se ha convertido en un feto? ¿En el momento del nacimiento? ¿Es más humano un feto de doscientos días en una incubadora que uno de trescientos en el útero materno?

2 comentarios:

C. Armesto dijo...

Estimado amigo

Comparte contigo la tesis:”la posibilidad de convertirse en ser humano no es suficiente para que algo sea tenido por un individuo humano”. El problema reside en qué más se necesita para que podamos calificar de humano a un ser. Me parece entender que tú sostienes que es necesario que nazca y ya está. Discrepo de esta segunda hipótesis. Me parece una condición excesivamente laxa y mal definida, porque ¿qué significa nacer? Colijo que supondrás que abandonar el útero materno; pero ¿qué sucederá cuando dispongamos de úteros artificiales? Además, ¿podemos permitir que una madre embarazada de nueve meses disponga de la vida de su hijo? ¿Y por qué no un día después de haber nacido? Después de todo el hijo es igual de dependiente. ¿Crees que un feto de seis meses (o menos) en una incubadora tiene más derechos que uno de nueve meses dentro de la madre? Extremando tu tesis, ¿calificarías de distinta manera a una madre embarazada de nueve meses que dispone de la vida de su hijo de un médico que desenchufa una incubadora que mantiene con vida un feto de seis meses? En mi opinión, y en condiciones similares, sostengo que ambos destruyen seres que deberíamos calificar como humanos. También considero que un embrión de cien células, por poner un ejemplo, no debemos incluirlo dentro de la categoría de los seres humanos. ¿Dónde está el límite? ¿Cuándo podemos asegurar que el conjunto de células deja de serlo y se convierta en un ser sujeto de derechos? Nos tenemos que plantear, entonces, cuál es la diferencia que separa a los humanos de los otros seres vivientes. La contestación, en mi opinión, es evidente: poseemos un cerebro único en la biosfera. En consecuencia, el límite que separa a un ser vivo de un ser vivo humano reside en la aparición de cierto grado de complejidad en el sistema nervioso. Concretando, los biólogos aseguran que, aproximadamente, en un feto de cien días podemos apreciar que el sistema nervioso posee ciertas características humanas. Concluyo: ahí podemos colocar la cota, un feto de cien días debe ser sujeto de derechos por parte de la sociedad y entre ellos el derecho a la protección de su vida, que ni su madre ni nadie puede destruir.

C. Armesto dijo...

Estimado amigo

Es muy difícil precisar cuándo un conjunto de células deja de ser un ente biológico para convertirse en humano o, dicho de otra manera, en un ser sujeto de derecho. No pongo ningún reparo ético para que pueda destruirse un embrión de días y entiendo que no debemos detener el proceso de adquisición de conocimientos que nos conducirá a la curación de las enfermedades; y en esa línea se encuentra la investigación con células embrionarias humanas. Los problemas éticos, opino, se presentan en las situaciones ambiguas que plantean los gigantescos avances de las ciencias biológicas. Preguntas si podemos considerar humano a un ser con el cerebro destruido.
Tengo dudas en los casos ambiguos como el que comentas; en tales casos debemos considerarlos sujetos de derecho porque debemos proteger la dignidad humana, y debemos hacerlo tanto al comienzo y al final de la vida humana como en la de aquellos que tienen inteligencias subnormales, estropeadas o perdidas. Siguiendo el razonamiento debemos proteger cualquier ser que posea un sistema nervioso que tenga la complejidad suficiente como para parecerse al de un humano; pero también cualquier ser cuya anatomía sea mínimamente humana. Por las razones apuntadas un feto sano de meses, que no un embrión de días, debe ser sujeto de protección legal.