Los
fantasmas no existen. ¿De qué argumentos me sirvo para demostrar tan categórica
negación? Los científicos han comprobado, en los laboratorios de todo el mundo,
que existen tres leyes de conservación que se cumplen en todo el universo: una
de ellas, la ley de la conservación de la masa-energía estipula que la cantidad
total de masa y energía permanece inmutable, no se crea ni destruye. Para
admitir la existencia de un fantasma tendría que suponer que algo, el fantasma,
se crea de la nada, lo que implica el incumplimiento de la ley. Dicho lo cual,
y con talante juguetón, voy a contar cómo podemos burlar esta ley física, y
permitir que aparezcan partículas de la nada, repito partículas y ¡no
fantasmas!
La
mecánica cuántica explica el comportamiento de la luz y de las partículas que
componen el universo. Esta teoría física nos permite diseñar los componentes de
los ordenadores (que funcionan), fabricar láseres (que funcionan), construir
bombas atómicas (que, por desgracia, también funcionan) y entender el
funcionamiento de las estrellas. El problema de la teoría consiste en que,
aunque sus resultados se comprueban todos los días, las bases sobre las que se
funda son disparatadas. Una de ellas -que propuso Werner Heisenberg- afirma lo
siguiente: el conocimiento que los físicos tienen de algunas magnitudes físicas
(tales como la energía y el tiempo) presenta un límite; y no se trata de que
podamos medirlas con mayor o menor precisión, sino que carecen de un valor
fijo. Concretemos, aseguramos que el desconocimiento que un observador tiene de
la energía de una partícula, multiplicado por el desconocimiento del tiempo que
vive, nunca ha de ser menor que una cien trillonésima de trillonésima (si
medimos la energía en julios y el tiempo en segundos). Como la teoría de la
relatividad establece que masa y energía son sinónimos, garantizamos que el
desconocimiento de la masa de una partícula multiplicado por el desconocimiento
del tiempo que vive siempre será mayor o igual que un número conocido. La
conclusión resulta obvia: eligiendo un valor lo suficientemente pequeño para la
ignorancia del tiempo de vida, la ignorancia de la masa alcanzará un valor tan
grande como queramos. Pongamos un ejemplo: para un tiempo de vida minúsculo, el
desconocimiento de la cantidad de masa que puede haber en un espacio concreto,
a priori vacío, puede ser de sesenta kilogramos, es decir, una partícula (¡y no
un fantasma!) de sesenta kilogramos podría existir durante ese tiempo.
¡Increíble!