sábado, 24 de noviembre de 2007

Los fantasmas y el principio de incertidumbre


Los fantasmas no existen. ¿De qué argumentos me sirvo para demostrar tan categórica negación? Los científicos han comprobado, en los laboratorios de todo el mundo, que existen tres leyes de conservación que se cumplen en todo el universo: una de ellas, la ley de la conservación de la masa-energía estipula que la cantidad total de masa y energía permanece inmutable, no se crea ni destruye. Para admitir la existencia de un fantasma tendría que suponer que algo, el fantasma, se crea de la nada, lo que implica el incumplimiento de la ley. Dicho lo cual, y con talante juguetón, voy a contar cómo podemos burlar esta ley física, y permitir que aparezcan partículas de la nada, repito partículas y ¡no fantasmas!

La mecánica cuántica explica el comportamiento de la luz y de las partículas que componen el universo. Esta teoría física nos permite diseñar los componentes de los ordenadores (que funcionan), fabricar láseres (que funcionan), construir bombas atómicas (que, por desgracia, también funcionan) y entender el funcionamiento de las estrellas. El problema de la teoría consiste en que, aunque sus resultados se comprueban todos los días, las bases sobre las que se funda son disparatadas. Una de ellas -que propuso Werner Heisenberg- afirma lo siguiente: el conocimiento que los físicos tienen de algunas magnitudes físicas (tales como la energía y el tiempo) presenta un límite; y no se trata de que podamos medirlas con mayor o menor precisión, sino que carecen de un valor fijo. Concretemos, aseguramos que el desconocimiento que un observador tiene de la energía de una partícula, multiplicado por el desconocimiento del tiempo que vive, nunca ha de ser menor que una cien trillonésima de trillonésima (si medimos la energía en julios y el tiempo en segundos). Como la teoría de la relatividad establece que masa y energía son sinónimos, garantizamos que el desconocimiento de la masa de una partícula multiplicado por el desconocimiento del tiempo que vive siempre será mayor o igual que un número conocido. La conclusión resulta obvia: eligiendo un valor lo suficientemente pequeño para la ignorancia del tiempo de vida, la ignorancia de la masa alcanzará un valor tan grande como queramos. Pongamos un ejemplo: para un tiempo de vida minúsculo, el desconocimiento de la cantidad de masa que puede haber en un espacio concreto, a priori vacío, puede ser de sesenta kilogramos, es decir, una partícula (¡y no un fantasma!) de sesenta kilogramos podría existir durante ese tiempo. ¡Increíble!

sábado, 17 de noviembre de 2007

¿Existen inteligencias extraterrestres?


Fijémonos en nuestra galaxia, la Vía Láctea, además de cientos de miles de millones de estrellas, probablemente contenga más de mil millones de planetas semejantes a la Tierra; si considero posible la existencia de bacterias en otros astros del sistema solar, aun faltando observaciones que la confirmen, también considero probable la existencia de bacterias en planetas extrasolares. Ahora bien, ¿en alguno habrá vida compleja, o sea, pluricelular?, más aún ¿en alguno habrá vida consciente?
En el año 1995, el zoólogo Ernst Mayr y el astrónomo Carl Sagan mantuvieron un apasionante debate sobre la posibilidad de existencia de inteligencias extraterrestres. El primero consideraba probable la existencia de bacterias extraterrestres e improbable la inteligencia; para el segundo la existencia de las inteligencias no humanas era casi una certeza. Me declaro partidario de la tesis de Mayr; y también creo que la búsqueda de las inteligencias extraterrestres (SETI) debe hacerse. ¿Mis argumentos? Sospecho que, para que pueda existir vida pluricelular, se necesita un clima relativamente estable durante largos períodos de tiempo, y para eso es indispensable un gran satélite que estabilice la rotación del planeta; quizá la génesis de un planeta terrestre con un satélite como la Luna sea sumamente improbable. Además, nuestra biosfera muestra que resulta más difícil que una bacteria evolucione a un ser pluricelular (tardó miles de millones de años) que las moléculas se conviertan en bacterias (necesitaron unos cientos de millones de años). Y aunque se produjera vida multicelular; los dinosaurios vivieron cientos de millones de años sin manifestar el menor atisbo de conciencia: sin la catástrofe que los extinguió hace sesenta y cinco millones de años, probablemente no existiría inteligencia; la aparición de vida consciente –mal que nos pese- es un fenómeno aleatorio, que podría no haber ocurrido. Y si ya fue difícil que el azar acertase una vez, produciendo seres inteligentes, considero muy improbable que la suerte se repita.
Como la inteligencia tardó cuatro mil quinientos millones de años en aparecer en la Tierra, cabe pensar que en planetas más viejos (la edad del universo es trece mil setecientos millones de años) podría haberse producido hace tiempo: lo considero improbable, sospecho que nuestra galaxia no fue habitable hasta, poco más o menos, la época en que nació la Tierra.
Retomo el hilo del discurso, ¿habrá vida inteligente en otro planeta de nuestra galaxia? Admito la posibilidad, pero lo considero improbable; oso pensar que somos la primera vida inteligente que ha surgido en la Vía Láctea. ¡Alguna tenía que serlo!

sábado, 10 de noviembre de 2007

¿El universo es infinito?


A muchos científicos aficionados les gustaría que el universo fuese finito, después de todo, las cantidades finitas se comprenden mejor; hasta hace pocos años la mayoría de los astrofísicos hubiese asegurado que tales gustos coincidían con la realidad. Me baso en tres datos para discrepar de esa hipótesis y asegurar que es más probable que el universo sea infinito. El primer argumento se refiere a la cantidad de materia que hay en el universo; se ha medido con relativa exactitud y el resultado nos informa de que la densidad del universo tiene un valor próximo a la tercera parte de su densidad crítica. ¿Qué significa eso? Que en el universo no existe materia suficiente como para que la fuerza de atracción gravitatoria obligue a comprimir a las galaxias, que en estos momentos se expanden. La radiación cósmica de fondo –las microondas que bañan todo el universo- me proporciona el segundo argumento; mediciones más precisas demuestran que el espacio es plano y, por lo tanto, infinito. El tercer argumento se fundamenta en las observaciones de las velocidades y distancias de las supernovas, las gigantescas explosiones que anuncian el fin de una gran estrella; medidas recientes nos muestran que la velocidad de expansión del universo no es inmutable, como creyeron los astrónomos hace años, sino acelerada. Y esto indica que hay una gravedad repulsiva (constante cosmológica, es su nombre técnico) que repele a las galaxias, y las obliga a alejarse una de otra cada vez más deprisa, lo que impide una posible implosión futura del universo. Debo declarar que estas deducciones sólo son válidas si el modelo del Big-Bang describe razonablemente bien el universo y si el universo presenta una geometría sencilla; en caso contrario con humildad reconozco que ignoramos si el cosmos es finito o no.
No tendría nada más que añadir si sólo me fijara en la geometría, pero los matemáticos -avezados aguafiestas- pronostican graves contratiempos si no tenemos en cuenta la topología. ¿Habrá unos o varios caminos para ir de un lugar a otro del espacio? Las observaciones parecen indicar que sólo uno; en cualquier caso, escribir sobre una ciencia incapaz de distinguir entre una taza y una rosquilla o entre un triángulo y un círculo se me antoja un asunto muy complicado para tratar en este momento.

sábado, 3 de noviembre de 2007

¿Un virus es un ser vivo?


            ¿Los virus están constituidos por grandes moléculas cuyo esqueleto lo forman átomos de carbono? Si. ¿Se reproducen? Sí. Entonces, opinan algunos científicos, se trata de seres vivos. Si añadimos que la viruela, la varicela, el herpes, la hepatitis, la rubeola, la fiebre amarilla, la faringitis, el sida, el sarampión, la gripe, la rabia y la poliomielitis se deben a infecciones por virus, no hacemos más que ratificar tal opinión. Sin embargo, mantengo la tesis que los virus no son seres vivos. ¿En qué argumentos me baso para sostener tal aseveración?, quizá se pregunte el inquieto lector. Comienzo por el más fácil: que enfermedades letales se deban a la infección por virus, nada significa: el agente causal de la encefalopatía espongiforme, vulgarmente llamada enfermedad de las vacas locas, es un prión y nadie sostiene que los priones, unas proteínas, sean seres vivos. Tampoco nadie considera viva a una molécula de ADN o ARN –por muy grande que parezca-. ¿Cuál es, entonces, la diferencia? Un virus sencillo consta de unas pocas moléculas de proteínas y una molécula de ácido nucleico; y si ninguno de sus escasos componentes tiene vida, no encuentro razones para pensar que su unión pueda tenerla. Otro argumento: los virus se pueden cristalizar, como cualquier mineral; y los cristales de un virus no se diferencian mucho, excepto en el tamaño de sus partículas componentes, de los cristales de sustancias químicas inertes. Pero el argumento principal de mi tesis se refiere a que un virus carece de metabolismo; en otras palabras, que no constituye un sistema separado del ambiente con el que intercambia materia y energía, que usa para vivir y reproducirse. Todos los seres vivos –no los virus- crean y mantienen sus ordenadas estructuras a expensas de la energía de alta calidad que obtienen de su entorno, al cual devuelven energía menos útil. Y la existencia del metabolismo requiere una complejidad sin precedentes: tanta que una sola bacteria contiene billones de moléculas de hasta cinco mil clases diferentes interaccionando entre sí.
En resumen, ¿los virus tienen algunas características de un ser vivo? Sí, se reproducen y sus componentes son moléculas orgánicas. ¿Reúnen todas las facultades para ser considerado vivo? No, carecen de metabolismo, dicho con otras palabras, les falta complejidad. En conclusión, considero que las versátiles bacterias (o las arqueas) y no los virus, son los seres vivos más pequeños que existen.