Era verano y contemplaba Deneb, una estrella supergigante blanca en la constelación del Cisne, tan bella como Rígel, típica supergigante blanco-azulada que observo en invierno de la constelación de Orión, e igual de hermosa que otras dos supergigantes, rojas que no blancas: Betelgeuse, también en Orión y Antares en la constelación del Escorpión.
El reino de las estrellas de vida tranquila -más del noventa por ciento de la población estelar- está habitado por estrellas masivas, estrellas de masa intermedia, como el Sol, y estrellas ligeras, las más abundantes. Voy a explorar las primeras. Las estrellas que tienen más de diez masas solares, debido a su gran masa, consumen energía a un ritmo elevado, son por tanto, muy luminosas, un millón de veces más que el Sol; en consecuencia viven poco, pues agotan en pocos millones de años su combustible. Además, cuando el hidrógeno contenido en su núcleo se agota, la estrella cambia de combustible: fusiona sucesivamente helio, carbono, oxígeno y silicio, hasta sintetizar hierro. Durante esa etapa se expande y transforma en supergigante azul, que pierde masa, se expande de nuevo, se enfría y convierte en supergigante roja. No exageran los astrónomos cuando califican de supergigantes rojas a estrellas cuyo tamaño alcanza los centenares de veces el Sol e incluso, alguna, es mil quinientas veces mayor. Además de su color, la temperatura de la superficie estelar diferencia las azules (entre treinta mil y cincuenta mil grados) de las rojas (entre tres mil y cuatro mil). Otro dato apenas nos permite vislumbrar la desmesura de estos astros; mientras que el núcleo de una supergigante alcanza seiscientos millones de grados, las gigantes se quedan en unas decenas de millones. Las estrellas supergigantes suelen acabar su vida explotando como supernovas y dejando como residuo una estrella de neutrones o un agujero negro.
Hipergigantes llaman los astrónomos a las estrellas excepcionalmente grandes y masivas, las más luminosas que existen; es tan rápido el consumo de su masa que apenas viven uno, dos o tres millones de años, un breve suspiro cósmico; explotan como supernovas (o hiperpovas) y dejan como residuo un agujero negro. Excepcionalmente raras mencionamos una, Eta de Carina. Hay un límite superior de masa para las estrellas: una estrella que supera un centenar, aproximado, de masas solares no permanece en equilibrio; la presión de la radiación interna emitida por las reacciones nucleares vence a la fuerza gravitatoria y la estrella expulsa la masa excesiva.
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